Más que paradójico, resulta clamorosamente esclarecedor que Pedro Sánchez vaya a convertirse en presidente del Gobierno gracias a su tardía aceptación de los mismos Presupuestos Generales del Estado pactados con el PNV con los que Mariano Rajoy creía asegurarse hace escasos días el Poder para los próximos dos años.
Si, con tal de seguir en el Gobierno sin tener que convocar elecciones, Rajoy no tuvo empacho en presentar unos Presupuestos típicamente socialdemócratas preñados de cesiones al nacionalismo vasco, el PSOE de Sánchez y las demás formaciones de este redivivo cordón sanitario contra el PP,que han demostrado que tampoco tienen mayores problemas para respaldar unas cuentas que rechazaban hasta ayer mismo. Semejante espectáculo deja a los pies de los caballos a casi todos los actores de esta siniestra farsa –de lo visto este jueves sólo cabe salvar la intervención de Albert Rivera–, que para colmo hablan sin parar de regeneración de la vida política.
El rechazo compartido –aquí también la excepción corre por cuenta de Ciudadanos– a que sean los españoles los que elijan directamente qué Gobierno prefieren hace de esta moción de censura un cambalache ominoso, aun cuando se haya conseguido con ella desalojar a Rajoy de la Moncloa. Y es que la sustitución de Rajoy por Sánchez no va a poner fin al desgobierno dictado por los resultados de las últimas elecciones generales ni a acabar con la renuencia a hacer frente como es debido al mayor desafío a la Nación y al Estado de Derecho, que no es otro que el golpe de Estado separatista en Cataluña.
España, hoy, está peor que ayer. En manos de partidos que no pueden abanderar la lucha contra la corrupción porque de hecho han protagonizado algunos de los peores escándalos de corrupción de la democracia y porque de hecho son, en algunos casos, auténticos destilados de esa otra corrupción tan insidiosa o más que la económica: la ideológica. En manos de golpistas comprometidos con la destrucción de la Nación y de los lacayos de una organización terrorista con centenares de muertos a sus espaldas. En manos, en fin, de un indeseable oportunista que ha demostrado ser capaz de aliarse con lo peor de la escena política, los racistas y liberticidas a los que hasta ayer vilipendiaba, con tal de empotrarse en la Moncloa sin encomendarse a una ciudadanía que siempre le ha dado la espalda.
En todo esto, Mariano Rajoy tiene una responsabilidad tremenda. Su incalificable espantada del Hemiciclo en la tarde de este jueves marcará indeleblemente el oprobioso final de su carrera política.