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EDITORIAL

Europa y la existencial amenaza islamista

El islamismo es una amenaza existencial, a la que hay que enfrentarse con decisión. Esto no es 'islamofobia', sino sentido común.

Aún antes de conocer la identidad del terrorista que atentó este miércoles en el corazón de Londres y de Gran Bretaña, todo el mundo sospechaba que se trataba de un fanático islamista, a pesar de las tradicionales advertencias en contra de la progresía y la extrema izquierda. Por supuesto, una vez más la realidad ha venido a destrozar el ridículo montaje de los que prefieren hablar de "terrorismo internacional" y de los que corren a alertar sobre la supuesta islamofobia pero pasan por alto el peligro real que representa el islamismo.

Porque lo que dejan en clamorosa evidencia Londres, Berlín, Niza, Bruselas y París es que Europa tiene un tremendo problema con el islamismo, una ideología fanática que no sólo es incompatible con la democracia y el Estado de Derecho, sino que aspira precisamente a acabar con ellos y con las libertades.

Tratar de esconder el problema con eufemismos ridículos no ayuda en nada; tratar de ocultar la realidad de que prácticamente el 100% de los que atentan actualmente en Europa son musulmanes y lo hacen en nombre de Alá no va a evitar los próximos crímenes; tratar de reducir el terrorismo a motivaciones económicas no sólo es abundar en una falsedad, sino que es un insulto a los más humildes.

El islamismo es una amenaza existencial, a la que hay que enfrentarse con decisión. Esto no es islamofobia, sino sentido común. Como lo es advertir de que en estas condiciones admitir una oleada descontrolada de inmigrantes procedentes de países con graves problemas de terrorismo islámico al grito de "¡papeles para todos!" es una insensatez suicida.

Una vez reconocido el problema viene la compleja tarea de abordarlo, y hay que hacerlo siendo plenamente conscientes de que es extremadamente difícil evitar ataques como el de este miércoles, y de que sí hay medidas –empezando por las policiales, aunque algunos apóstoles de la izquierda lo nieguen– que pueden contribuir a limitar su alcance y recurrencia.

Medidas que obviamente tienen que ir más allá, a la raíz del problema, que es esa ideología fanática y cómo se promueve desde determinadas mezquitas, en las que no hay que tener reparo alguno en intervenir: no se ha de consentir que el discurso del odio criminógeno se esparza impunemente. Y medidas de las que tienen que ser partícipes las comunidades musulmanas que no quieran verse identificadas con los fanáticos y los asesinos que atentan en nombre del islam: porque la mejor manera de evitar que crezca la islamofobia es, precisamente, demostrar que la mayoría de los musulmanes no está por el terror, y eso sólo lo pueden hacer ellos.

Europa y todos los europeos que quieren seguir viviendo en paz y con libertad han de asumir que contra esta amenaza –la amenaza del terrorismo islamista, no "internacional"– no ha servido de nada el multiculturalismo, que tantos guetos al margen de la ley ha dejado crecer en capitales como París, Bruselas o la propia Londres. En su lugar, ha de proclamarse la superioridad de los principios y valores que han hecho de Europa un artífice fundamental del mundo civilizado. Toca luchar con firmeza y contundencia por las libertades individuales, el Estado de Derecho y la igualdad de todos ante la ley.

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