ETA ha desmentido brutalmente al presidente del Gobierno, horas después de su última levitación sobre la paz. Estamos mejor que nunca en todo, también en la lucha contra el terrorismo [había presumido este viernes], pero dentro de un año estaremos mejor. El coche-bomba con más de 200 kilos de explosivos que ha estallado en el aeropuerto de Madrid, tragándose a dos personas, hiriendo a otras 19 y alterando la vida a miles de viajeros, destapa la farsa de su optimismo especulativo y tramposo. Si lo que buscaba era ganar tiempo a costa de la expectativa del fin del terrorismo, ETA ha desatado la destrucción y el pánico para recordarle quién dirige aquí las expectativas y fija los plazos.
El “humillante desmentido”, como lo ha calificado este sábado Le Monde, liquida el único proyecto político de José Luis Rodríguez Zapatero y, con él, la Legislatura. Pactar con ETA paz por soberanía ha sido, desde antes del 14 de marzo de 2004, su verdadero programa de Gobierno. Lo que hunde su proyecto y precipita el final del ciclo legislativo no es el hecho de que la banda terrorista haya atentado, cosa que no ha dejado de hacer en estos nueve meses, sino la posibilidad cierta de que haya puesto este fin de semana los primeros muertos sobre la mesa, desde el 30 de mayo de 2003. La sola idea abre un abismo ante Zapatero y el PSOE.
De ser verdad el comunicado difundido por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Ecuador, el Gobierno español, por medio del ministro Miguel Ángel Moratinos, ya le habría comunicado oficialmente la muerte de los dos ciudadanos de ese país alcanzados por la bomba de ETA, a quienes Rodríguez Zapatero, en su comparecencia de este sábado tras el atentado en Barajas, daba aún por desaparecidos. La versión de la Cancillería ecuatoriana exige una aclaración fehaciente del Gobierno español, para no añadir, al escándalo de la falsa tregua, el escándalo aún mayor de esconder a las víctimas del fracaso de Zapatero. Éste es, no se olvide, el partido político que durante el 11 al 14 de marzo de 2004 hostigó, al grito de “Queremos saber”, al Gobierno que entonces investigaba con total transparencia (lo que no significa que sin errores, espontáneos o inducidos) la peor masacre terrorista de nuestra historia.
Si la comunicación oficial de Ecuador es cierta, estaríamos ante un escándalo incluso mayor que las mentiras del “proceso de paz”, violentamente destapadas por la onda expansiva del atentado del penúltimo día del año 2006.
¿Qué clase de angustia llevaría al presidente del Gobierno a comparecer ante la Opinión Pública sabiendo que ya había dos víctimas mortales, y ocultarlo? Sin duda, el horror a que los ciudadanos se hagan preguntas insoportables para la continuidad de Zapatero en el sistema. Preguntas como, ¿cuántos de los 200 kilos de explosivos utilizados para sepultar a estos dos jóvenes desaparecidos fueron pagados por ETA gracias al chivatazo policial que salvó a su red de extorsión? ¿Cuánto de esa bomba se costeó con las cartas de chantaje a empresarios que el Fiscal General del Estado ha dejado correr en estos nueve meses de falsa tregua? ¿Cuánta tranquilidad para perpetrar el atentado debe el comando que robó la furgoneta, la cebó de explosivos y la aparcó en la Terminal 4 de Barajas a la doctrina de Conde Pumpido de adaptar la Ley al “proceso de paz”? Si hay muertos en mitad del viaje que ETA y Zapatero han hecho de la mano, cada cesión, cada desprecio a las víctimas, cada atropello al Estado de Derecho sufridos en los últimos meses se volverá una carga moral que ningún Gobierno decente aceptaría sobrellevar, ni ningún país sano dejaría sin juzgar.
Junto a esas dos vidas (ojalá que no), ETA puede haber enterrado este sábado el programa de Zapatero y lo que queda de Legislatura. Las urnas rescatarán a los españoles de una de las peores pesadillas de su historia. Sólo es cuestión de que la Oposición acierte con el momento de exigir su convocatoria, no vaya a ser que, por un error de cálculo, otra tregua-trampa de ETA acabe en la redención-trampa de su colaborador necesario.