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EDITORIAL

En vez de nuevas elecciones, nuevas actitudes

Incluso para que uno gobierne y el otro pueda liderar la oposición, Rajoy y Sánchez deben llegar a alguna clase de entendimiento.

Mariano Rajoy sigue siendo, con gran diferencia, el líder político peor valorado por los españoles, y sigue sin tener el suficiente respaldo parlamentario para ser investido presidente del Gobierno; pero no es menos cierto que su partido fue el más votado el 26-J y volvería a serlo en unas nuevas elecciones generales, según pronostica el último barómetro del CIS, donde la leve mejoría que experimenta el PSOE y el aún más leve retroceso del PP con respecto a los comicios junio en nada harían variar el panorama político, que ha generado un bloqueo institucional tremendo.

Si Rajoy debe desdeñar la idea de que una nueva convocatoria electoral le puede dar la mayoría suficiente que ahora no tiene, tanto o más puede Pedro Sánchez abandonar la tentación de un pacto de perdedores que desbancara al PP. Los decepcionantes resultados obtenidos por Unidos Podemos el 26-J y los aun peores que pronostica el CIS a los neocomunistas harían más difícil a Rajoy apelar nuevamente al voto del miedo para mejorar sus resultados, y el PSOE sólo podría aspirar a una ligera mejora, que no le permitiría pactar con los de Pablo Iglesias –y menos aún con Ciudadanos– una alternativa a Rajoy.

En este estado de cosas, de nada servirán unas nuevas elecciones. Lo que urge es un cambio de actitudes, que de hecho nos podría evitar el tener que celebrarlas. Rajoy ya se ha puesto, en parte, manos a la obra, aceptando la propuesta del Rey y tratando de llegar a un acuerdo con Ciudadanos. Le falta, sin embargo, algo que está en su mano hacer: fijar una fecha para someterse a la confianza del Congreso, sin lo cual ni podría ser investido presidente ni convocar nuevas elecciones.

Tanto o más debe cambiar de actitud Pedro Sánchez, que con su idea de no presentarse a la investidura y votar en contra de la de Rajoy aboca el país a seguir con un Gobierno de Rajoy en funciones por tiempo indefinido.

No hay que confundir las labores propias de la oposición con el bloqueo institucional, que, en realidad, perpetúa anómalamente un Gobierno en funciones. Es falaz argumentar, tal y como hace el sector del PSOE más próximo a Pedro Sánchez, que la abstención socialista haría jefe de la oposición a Pablo Iglesias. El liderazgo de la oposición se ejerce a partir de que se conforma un nuevo Gobierno, no necesariamente en el momento de la investidura; y ejercerlo en modo alguno es incompatible con llegar a acuerdos con el Gobierno. Dadas las circunstancias, empecinarse en votar en contra de la investidura de Rajoy sin presentarse como alternativa  no es ejercer el liderazgo de la oposición sino imposibilitar dicho liderazgo, al otorgar a Rajoy la condición de presidente del Gobierno en funciones por tiempo indefinido.

Incluso para que uno ocupe el Gobierno y el otro lidere la oposición, Rajoy y Sánchez deben llegar a alguna clase de entendimiento. 

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