Los resultados de las generales del pasado día 20 han puesto a un PSOE extraordinariamente debilitado en una tesitura formidable, ante un desafío trascendental, para su propia supervivencia y para España, entendida como nación y como Estado de Derecho.
Pedro Sánchez tiene en su mano otorgar estabilidad a la Nación en un momento particularmente grave de su historia, a causa de una crisis –socioeconómica, institucional, nacional– de primera magnitud. El partido que lidera podría ser un factor determinante de estabilización, en un proceso que podría de hecho servirle también para un ineludible aggiornamento de tácticas, estrategias, ideas y personas. Pero, a tenor de sus declaraciones y de las de sus colaboradores más cercanos, es de temer que no siga esa senda sino la del sectarismo frentepopulista, lo que haría del PSOE no una solución sino, de nuevo, un tremendo problema.
La aritmética parlamentaria coloca a los socialistas en el centro de cualquier acuerdo de investidura, ya sea para la conformación de una gran coalición transversal con PP y Ciudadanos, ya sea para la instauración de un régimen liberticida manejado por formaciones antisistema y separatistas. En contra de la mejor tradición de la socialdemocracia europea, capaz de llegar a acuerdos de largo aliento con liberales y conservadores en aras del interés nacional en países como Austria o Alemania, el PSOE de Sánchez puede optar por seguir la senda del infausto José Luis Rodríguez Zapatero, cuya responsabilidad en algunos de los peores problemas que padece España es tremenda.
La irrupción de la formación ultra Podemos y de partidos abiertamente secesionistas en el Parlamento debería mover a una profunda reflexión en el PSOE. Por lo que parece, el gran freno a las aspiraciones de Sánchez de presidir un Ejecutivo frentepopulista son los barones del partido, pero está por ver que Susana Díaz y compañía consigan torcer el brazo de Pedro el oportunista, especialmente peligroso porque sabe que está en juego su carrera política.
Si ya es terrible que un país como España tenga por tercera fuerza parlamentaria un potaje ultraizquierdista comprometido con la destrucción bolivariana del Estado de Derecho, peor aún es que el elemento decisivo sea un partido como el PSOE, que lleva cuatro años en un acusado proceso de desfondamiento electoral y carcomido por las luchas intestinas. Un partido que ha demostrado demasiadas veces que no es de fiar y que, conviene insistir en ello, es tremendamente responsable de lo que sucede en Cataluña y del elevado grado de sectarismo que exhibe la izquierda española en general.
Los frutos podridos del zapaterato están a punto de eclosionar, con consecuencias incalculables para la Nación y el propio PSOE. ¿Reaccionarán por fin los socialistas, o ni siquiera en esta hora decisiva estarán a la altura?