Los actos de reivindicación del movimiento del 15-M en su primer aniversario se han saldado con un severo fracaso en cuanto al número de participantes, muy inferior al del año pasado cuando adquirió carta de naturaleza en las calles y plazas de las principales ciudades de España. También las encuestas realizadas al efecto revelan que cada vez menos españoles se sienten representados por el llamado 15-M, a pesar de que las circunstancias políticas, sociales y económicas no han hecho más que empeorar en este último año.
No resulta extraño que esta conjunción abigarrada de grupos politizados en mayor o menor medida, entre los que destacan los encuadrados en la izquierda antisistema, haya dejado de concitar simpatías entre la mayoría de los ciudadanos que apoyaron al 15-M en su nacimiento. En mayo de 2011 había motivos para estar indignado, pero desde luego no contra los espantajos agitados por la izquierda extrema y las formaciones enemigas de la libertad, sino precisamente contra las ideas socialistas que la mayoría de los grupos arracimados en torno al 15-M profesan y que son las responsables del terrible desastre que padecemos.
A esta traición intelectual respecto al origen de los problemas que se denunciaban en la Puerta del Sol hubo que sumar la absoluta inoperancia de un movimiento que dilapidó energías, esfuerzos y tiempo en interminables procesos asamblearios, capaces de hacer desistir en pocos días al indignado más voluntarioso. Los parados y otras víctimas del socialismo que se acercaban al "campamento indignado", lejos de encontrar una explicación a la causa de sus problemas y una clara vía de acción para exigir soluciones, descubrieron un reducto-lumpen de niños bien decorado con consignas a cual más absurda, cuyos integrantes pasaban el día discutiendo sobre feminismo o desarrollando intensos debates para decidir si había que debatir un asunto concreto, por lo demás perfectamente prescindible.
Un año después de aquella decepción, la inmensa mayoría de las víctimas de las políticas de la izquierda han preferido desligarse de un movimiento supuestamente espontáneo que, desde el principio, defendió las mismas ideas que aquellos contra quienes decía protestar, interpretando en su delirio que todos nuestros problemas se debían simplemente a que la dosis de socialismo aplicada a los españoles había sido insuficiente.
El fracaso del movimiento del 15-M es una buena señal, de lo cual nos congratulamos. Ojalá este fiasco de los indignados sirva para hacer entender a los españoles que el camino para salir de la crisis no es aplicar más socialismo, sino más libertad.