En vísperas del debate interno que enfrentará a los tres aspirantes a la secretaría general del PSOE, si algo ha quedado claro desde que se inició esta carrera para suceder a Rubalcaba es la total ausencia de ideas en el discurso de los candidatos. Todas sus intervenciones públicas, sin excepción, han sido una especie concurso para ver cuál de los tres mostraba una mayor sumisión a las medidas disparatadas de Podemos, convencidos de que el éxito del PSOE y, por ende, de sus candidaturas, reside en el nivel de radicalismo que sean capaces de imprimir a sus mensajes a la militancia.
El preferido de los tres en esta primera fase de recogida de avales, Pedro Sánchez, completó este cuadro disparatado de propuestas inauditas postrándose de hinojos ante la facción nacionalista del socialismo catalán para prometer el oxímoron del "federalismo asimétrico", viejo dogma arrumbado en el desván de los disparates socialistas que Sánchez ha decidido reverdecer para privilegiar todavía más a clase política catalana en detrimento del resto de España. Madina y Pérez Tapias no han desmerecido en esta apresurada competición de radicalismo para obtener el favor de la militancia, improvisando a su vez diariamente un panel de ocurrencias que ni siquiera pueden considerarse propuestas formales por su absoluta falta de concreción y su grosera demagogia. Con este nivel de debate de ideas de los candidatos y su propensión al extremismo, al menos en términos dialécticos, es fácil hacerse una idea de lo que puede dar lugar este PSOE en detrimento de la estabilidad política que necesita nuestro país, especialmente en estos momentos.
La herencia de Zapatero en el partido socialista, asumida por Rubalcaba sin la menor capacidad de crítica (todo lo contrario), ha acabado derivando en un fiasco electoral sin precedentes y un partido noqueado que busca desesperado una solución a corto plazo, imitando a formaciones radicales surgidas a su izquierda en unas elecciones intrascendentes como las pasadas europeas. La sensatez, la altura de miras o el mero instinto de supervivencia a medio plazo aconsejan, como hacen una y otra vez antiguos dirigentes socialistas cuya solvencia está fuera de toda duda, convertir al PSOE en la franquicia española de la socialdemocracia europea, el partido sólido y fiable en los grandes temas de Estado que todo país necesita en el flanco izquierdo del espectro ideológico. Lejos de ello, los tres aspirantes al liderazgo del socialismo español han decidido convertir al PSOE en una fuerza poco menos que antisistema, capaz de imitar lo peor de la izquierda radical tan en boga en estos momentos.
Cabe esperar que lo visto y escuchado hasta el momento a los aspirantes a dirigir el PSOE sea tan sólo fruto de una estrategia de marketing de cara a alcanzar su objetivo inmediato. En caso contrario, el votante sensato de izquierdas se verá obligado a otorgar su confianza a formaciones moderadas socialdemócratas como UPyD, cuyo ascenso en el favor popular sí es una garantía de estabilidad frente a la incertidumbre de un PSOE cada vez más imprevisible.