El llamamiento a iniciar "cuanto antes" una "desescalada en la tensión política" realizado por Pedro Sánchez en su último sermón dominical es, como todo en este personaje, una nueva añagaza para tratar de dividir a la oposición y presentarla ante la opinión pública como causante del desastre que su Gobierno de la Vergüenza ha causado a la Nación por su calamitosa gestión de la pandemia de covid-19.
La llamada de Sánchez al consenso es tan auténtica como su doctorado (fechoría que en otros países le habría costado el cargo y, muy probablemente, una muy merecida visita a los tribunales de justicia). No hay más que recordar para comprobarlo el ominoso espectáculo que dio la semana pasada en el Congreso de los Diputados su lacaya Adriana Lastra, que volcó toda su hiel de resentida –sin la menor causa– sobre el principal partido de la oposición y sobre los Gobiernos autonómicos que más en evidencia han dejado al Gobierno del 8-M.
Las palabras de Lastra y su tono chulesco –qué distinto al que utiliza cuando negocia con los albaceas de la organización terrorista ETA y con los golpistas catalanes que han encaramado a su amo a la Moncloa– arrojan cal viva –que diría el socio de referencia de Sánchez, Pablo Iglesias– sobre cualquier posibilidad de acuerdo, salvo que el PSOE dé un giro brusco y se desprenda de lastres indignos de ostentar la menor responsabilidad pública como la propia Lastra. Pero, por desgracia y por descontado, el PSOE no hará nada parecido.
Y es que pocos socialistas representan tan paradigmáticamente el sanchismo como la ordinaria Lastra, arribista que suple sus brutales carencias intelectuales y formativas con toneladas de servilismo y populismo guerracivilista de la peor estofa. En estos días en que se llora la muerte por coronavirus de Enrique Múgica –que hizo de lucha por la libertad en una España para todos y de la denuncia sin desmayos del nacionalismo y los totalitarismos los ejes de su vida política en democracia–, la preponderancia de los Sánchez y las Lastras da cuenta de la catadura de un partido, el PSOE, con un tremendo historial de desprecio y traición a sus figuras más encomiables.
Pedro Sánchez el deseado por los serviles medios subvencionados, el socio de Iglesias y los golpistas catalanes, es un caso perdido y un auténtico peligro público ante el que cualquier vigilancia será poca. Sus ofrecimientos a la oposición valen exactamente lo mismo que su doctorado.