Pocas veces han quedado tanto de manifiesto las diferencias entre los dos principales partidos del centro derecha como a lo largo del día de ayer. Por una parte, Ciudadanos llevó a cabo un acto de gran simbolismo en la cuna del constitucionalismo español para dar a conocer un ambicioso proyecto reformista a todos los niveles. Por otra, el partido del Gobierno hizo pública la lista de nombres que encabezarán las candidaturas provinciales, entre los que destacan personajes tan amortizados como los Floriano, Fernández Díaz, Posada, Hernando o de Cospedal.
Mariano Rajoy ha demostrado con su elección de candidatos que su propuesta para ilusionar a los votantes de su partido es precisamente apostar por el inmovilismo. En medio de una situación política tormentosa, que amenaza con acarrear graves consecuencias para la propia supervivencia de la Nación, el presidente del Gobierno cree que la respuesta ha de ser la inacción absoluta, una (ausencia de) estrategia que refuerza de modo bien gráfico con la designación de las figuras más anodinas de su partido como cabezas de lista para el 20-D.
Albert Rivera es el único político que parece tener un programa concreto de reformas para llevar a cabo lo que el propio líder de Ciudadanos ha dado en llamar "el cambio sensato". Rivera quiere sustituir el Senado por una conferencia de presidentes autonómicos, suprimir el Consejo General del Poder Judicial, reformar la ley electoral y racionalizar de una vez nuestro disparatado sistema autonómico. Tiempo habrá de comprobar si el joven partido naranja es capaz de concitar el apoyo ciudadano necesario para llevar a efecto un programa tan ambicioso, pero de lo que no cabe duda es de que Albert Rivera tiene una idea para España, fundamentada en eliminar lo que no funciona y potenciar lo que ha demostrado ser útil.
Mientras tanto, el Partido Popular se limita a defender la leve mejora de la economía como el argumento central de la próxima campaña electoral, que será defendida en las distintas circunscripciones por las mismas caras que llevan apareciendo bajo esas siglas desde hace décadas.
Los planes ambiciosos de una joven formación política corren el riesgo frustrarse por un exceso de optimismo, mientras que un partido asentado como el Popular cuenta con el aval de una trayectoria previsible. Los ciudadanos que comparten una visión liberal conservadora de la política elegirán a qué partido entregan su confianza, pero de lo que no cabe duda es de que el próximo 20 de diciembre tendrán, al menos, dos siglas perfectamente diferenciadas y con posibilidades de ganar las elecciones.