La inauguración del AVE Madrid-Granada, presidida por Pedro Sánchez, ha resultado un colosal despliegue de hipocresía política, y no sólo por el espectáculo de ver cómo un tren del siglo XXI circula por una vía del XIX, con tramos en los que no puede superar los 37 kilómetros por hora, o porque se ha incumplido la promesa de soterrar la infraestructura a su paso por el centro de la ciudad andaluza.
Por esperpéntico que resulte lo anterior, nada es comparable a la desvergüenza del descalificable Pedro Sánchez, quien, tras ensalzar el "valor ecológico" del tren, no ha dudado en enviar un Falcon a Granada para volverse en él a Madrid para departir con su semejante Pablo Iglesias, el potentado comunista que canta las virtudes de vivir en una barriada humilde pero que en cuanto ha podido se ha ido a vivir a una mansión en una zona residencial de lujo. Hay que tener, desde luego, una cara dura tremenda para apelar a "la responsabilidad de todas las Administraciones" a fin de que "minimicen las emisiones de gases de efecto invernadero en el transporte y en la movilidad", tal y como ha hecho Sánchez este martes en Granada, y luego tirar de Falcon hasta para irse de concierto con la familia.
Aunque a Sánchez se le podría enrostrar el célebre "haz lo que diga y no lo que haga", lo cierto es que la hipocresía indecente del presidente del Gobierno cuenta con el favor de una casta periodística cortada por el mismo patrón, donde descuellan los gurús que hacen exactamente lo opuesto de lo que predican. Cosas del progresismo caviar que tenemos la desgracia de padecer. Si Sánchez fuera del PP, la furia de la izquierda política y su brazo mediático sería formidable, y se le acusaría de ser un sujeto sin escrúpulos ni conciencia ecológica que acabaría por destruir el planeta, no sin antes provocar un daño emocional irreparable a la mártir Greta Thunberg.
Pero Pedro Sánchez es del PSOE, y ni él ni sus alabarderos mediáticos tienen por qué predicar con el ejemplo.