En menos de tres meses de gobierno, Pedro Sánchez y el PSOE están logrando un grado de ignominia que a otros les cuesta años alcanzar: su rendición moral ante el separatismo violento, sus vaivenes en política migratoria al calor de las necesidades de la propaganda, su ocupación de los medios de comunicación y las empresas públicas son difícilmente comparables a los de ningún Ejecutivo anterior, además de producirse sin el aval de un triunfo electoral que no lo justifica todo, desde luego, pero sí hace más legítima la acción política.
Pero probablemente lo peor del gobernante Sánchez es su fijación con los decretazos, para gobernar de espaldas al Parlamento y hasta atacar derechos y libertades fundamentales. El cambio en el Código Civil que permitirá sustraer de la tutela judicial algo tan importante como la patria potestad es de una gravedad enorme, pero como se justifica en la nefasta política de género parece que cualquier atropello puede ser consentido, y ni siquiera se escucha la más mínima protesta desde medios de izquierda que han estado años alertando falsamente de la "pérdida de derechos" bajo Gobiernos del PP.
De igual modo, el acuerdo con Podemos para cambiar la Ley de Estabilidad Presupuestaria mientras se está tramitando el techo de gasto para 2019 es de una gravedad extrema: eliminar al Senado del trámite es forzar la legalidad para adecuarla a la conveniencia del Gobierno despreciando el resultado democrático de las urnas.
Se trata de una medida digna de ese chavismo que suprime una cámara legislativa cuando el resultado electoral no le conviene y atenta contra los principios básicos de separación de poderes; es una inmoralidad absoluta forzada, para colmo, desde una abrumadora minoría parlamentaria, de ahí que a Sánchez le vaya a ser necesario el apoyo no sólo de los comunistas que quieren trasladar a España el dramáticamente fracasado modelo bolivariano, sino de los separatistas golpistas.
Todo aderezado con las mentiras del presidente, que en su única comparecencia ante los medios en casi 90 días presumía de que iba a "gobernar con el Parlamento", y con los despropósitos de una portavoz socialista que, o bien cree que los españoles son imbéciles, o bien tiene un desconocimiento de los pilares básicos del sistema democrático aún mayor de lo que cabría esperar, dada su nula formación académica.
Pedro Sánchez no ha tenido mucho tiempo para gobernar, pero sí para despreciar, cuando no directamente atacar, pilares básicos del sistema democrático. Por eso lo mantienen enemigos jurados de las libertades como los comunistas y los separatistas. Por eso precisamente urge la convocatoria de unas elecciones generales que le devuelvan a la marginalidad política a la que le condenaron repetidamente los electores y de la que jamás debió salir.