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EDITORIAL

El estado de la oposición

Sólo el esperpento incalificable de las formaciones minoritarias marxistas y nacionalistas maquilló en parte el ridículo parlamentario protagonizado por el líder socialista.

Por primera vez en la historia de nuestra democracia ha habido unanimidad en los medios de comunicación y los analistas políticos en dar por perdedor de un Debate sobre el Estado de la Nación al líder de la oposición parlamentaria. Jamás ocurrió nada igual, hasta que Rubalcaba salió a la tribuna del Hemiciclo a protagonizar una de las actuaciones más lamentables que se recuerdan en un aspirante a presidir el Gobierno de España. Las circunstancias del país no podían ser más propicias para que el partido en la oposición noqueara al presidente del Ejecutivo, pero ni en esa situación de clara ventaja de inicio fue capaz Rubalcaba de hacer valer la condición del PSOE como alternativa creíble de Gobierno.

El todavía secretario general del PSOE apeló al sentimentalismo más burdo como principal argumento contra un presidente del Gobierno que acababa de ofrecer un discurso tramposo pero ciertamente bien ahormado. Sin embargo, todavía fue mucho peor cuando Rubalcaba desgranó sus recetas para solucionar los graves problemas del país, resumidas en una propuesta de aumento de la presión fiscal todavía más brutal que la que ha impuesto a los españoles el Gobierno de Mariano Rajoy. Para Rubalcaba todavía hay margen para subir los impuestos y aumentar de forma indiscriminada los subsidios y subvenciones de todo jaez, un argumento más propio del radicalismo extraparlamentario marxista que de una formación política seria. Pero es que, cuando aludió a la crisis institucional, Rubalcaba fue mucho más allá en su apuesta radical afirmando que el problema del separatismo nacionalista catalán es el Tribunal Constitucional, que no dio por buenas todas las tropelías estatutarias urdidas por los nacionalistas con el visto bueno de Zapatero, junto al Gobierno de Rajoy, dispuesto a mantener el respeto a los procedimientos constitucionales al menos en su aspecto formal.

Sólo el esperpento incalificable de las formaciones minoritarias marxistas y nacionalistas maquilló en parte el ridículo parlamentario protagonizado por el líder socialista. Uno por uno, los oradores de estos partidos compitieron en bochorno con unas intervenciones impropias del Parlamento de un país desarrollado, aunando a su desconocimiento atroz de los rudimentos más básicos de la economía la insolencia típica de los ambientes más sectarios de los arrabales de la política. La intervención del portavoz del brazo armado de la banda terrorista ETA, pretendiendo dar lecciones de moral democrática, fue el triste baldón de una jornada que sólo el discurso nervudo y muy en sazón de Rosa Díez contribuyó a dignificar.

Con un Gobierno incapaz de dar marcha atrás en las decisiones más lesivas para la recuperación económica, salvo alguna medida de escasa relevancia cuyos resultados están por demostrarse, y una oposición para la que toda traición a los españoles resulta siempre escasa, lo mejor que puede decirse del Debate del Estado de la Nación cerrado ayer es que la Nación, por fortuna, todavía está por encima del nivel de su clase política en general, y a años luz de la oposición en particular.

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