El Partido Popular sigue sin querer enterarse de lo que realmente le está pasando, tras el batacazo de las elecciones regionales catalanas del mes pasado. Incapaces de hacer un análisis riguroso y, por consiguiente, autocrítico, como piden voces como la de Alberto Núñez Feijóo –el único barón popular que gobierna con mayoría absoluta–, los dirigentes del PP siguen obcecados con atacar a Ciudadanos, como si esa estéril inquina hacia el partido de Albert Rivera fuera a devolverles la primacía en las encuestas.
El PP tiene un grave problema, que no está en el partido naranja sino en el propio PP. Por ejemplo, en la forma en que Mariano Rajoy está gestionando la crisis nacional provocada por el separatismo golpista. Su caída en los sondeos y la subida extraordinaria que experimenta Cs es la respuesta de los votantes a la manera en que uno y otro partido han enfocado su acción política ante el desafío secesionista. En el caso del PP, la responsabilidad adquiere un perfil más acusado, dado que es el partido que controla el Gobierno central y el de no pocas comunidades y ayuntamientos de referencia.
Rajoy no debería olvidar que ese poder territorial del que todavía disfruta su partido tiene por causa Ciudadanos, que ha propiciado la existencia de Gobiernos del PP allá donde éste resultó ser la lista más votada. Además de ese elemental agradecimiento político, el PP tiene en Cs a la única formación de carácter nacional con la que puede llegar a acuerdos programáticos, dada la proximidad ideológica que presentan.
A pesar de todas esas evidencias, que obligarían a cualquier gobernante sensato a hacer una profunda reflexión, Rajoy parece dispuesto a seguir con su miserable estrategia de cortos vuelos, basada fundamentalmente en atacar al partido que le mantiene con vida desde que perdió la mayoría absoluta en el Parlamento nacional y en tantos ayuntamientos y Gobiernos regionales.
Con su estupefaciente inquina al Cs de Rivera, Rajoy y sus alabarderos pueden llevar al PP a una auténtica hecatombe, que haría que los comicios catalanes del 21-D no una anomalía sino un elemento precursor.