En España, como en cualquier otro país del mundo libre, se pueden decir cosas tales como que el cristianismo es el enemigo común de Europa, de la libertad, del progreso, de la democracia, y hasta de la vida y de la familia, sin más temor que el de ser públicamente criticado por ello. Sencillamente, la libertad de expresión ampara esas manifestaciones, por mucho o poco sustento que encuentren en la realidad, en la razón o en la historia.
Sin embargo, resulta una vergüenza que no se pueda decir lo mismo contra el islam sin riesgo de ser judicialmente procesado. Buena y lamentable prueba de ello lo constituye la bochornosa decisión de la Fiscalía Provincial de Valencia de abrir diligencias de investigación penal contra el secretario general de Vox, Javier Ortega Smith, por un supuesto delito de incitación al odio, por haber hecho en 2018 esas mismas manifestaciones contra el islamismo –ni siquiera contra el islam–, que trata de imponer la sharia sobre las leyes que democráticamente nos hemos dado en defensa de la libertad y de la igualdad, que incluye la no discriminación por razón de creencias o sexo.
De la misma forma que hay ideologías –como el fascismo y el comunismo– que rechazan los fundamentos mismos de la democracia liberal y merecen ser criticadas por ello, también existen fundamentalismos religiosos que combaten los pilares de la civilización occidental y que, por supuesto, deben ser criticados por ello. De hecho, el principal enemigo de Europa ya no es el comunismo, ni el fascismo, sino precisamente ese integrismo islámico que ha criticado Ortega Smith. Y no es para menos, si se tiene en cuenta que no sola aboga por la discriminación de la mujer o por la no separación entre delito y pecado, sino que ha llegado incluso a instigar el terrorismo religioso que sacude Europa.
De la misma forma que el pluralismo no puede dar amparo a ideologías totalitarias que traten de dinamitarlo, el pluralismo y la libertad religiosas no pueden dar amparo a credos totalitarios que predican la intolerancia contra el infiel, el hereje o el ateo. Mientras los países de tradición cristiana han sido pioneros en la conquista de la libertad religiosa, de la democracia, de la tolerancia, del mestizaje y del pluralismo racial y religioso, los países de tradición islámica siguen sin conocer la democracia, el auténtico progreso o la igualdad entre el hombre y la mujer. Las sociedades abiertas no pueden ser un colador y llenarse de quienes, en nombre del derecho a la diversidad, lo que quieren es imponer una diversidad de derechos por la cual un musulmán no tenga que atenerse a las mismas normas que los demás ciudadanos. Menos aun deben consentir que se echen abajo los pilares en que se sustenta la civilización occidental para que sean sustituidos por los principios liberticidas que rigen en los paises islámicos.
Sentar en el banquillo a una persona por sus críticas al islam –o a cualquier otra religión– no debería ser de recibo en una democracia liberal.