Mientras todos los barones autonómicos y los alcaldes de las grandes ciudades suplican ser elegidos como candidatos en unas elecciones para las que sólo quedan seis meses, Rajoy prefiere designarse a sí mismo candidato de unas que están a casi un año de distancia. Un candidato que, muy al contrario de lo que ocurre con muchos de los que siguen esperando que el dedo divino se pose sobre ellos, no despierta el menor entusiasmo ni en el PP ni en unos votantes de centroderecha a los que lleva tres años poco menos que insultando casi a diario.
Más bien al contrario, cada día son más los que, en el propio PP –no en el círculo más cercano al presidente, conformado por mediocres que no le sobrevivirán políticamente–, piensan que Rajoy no es la persona adecuada para gestionar una situación política delicadísima, en la que tanto el Partido Popular como España en su conjunto se enfrentan a retos de extraordinaria importancia, como el desafío separatista y la amenaza del populismo liberticida de Podemos.
Por otro lado, las encuestas señalan un escenario muy poco halagüeño para el candidato Rajoy: con él como cabeza de lista, el PP podría cosechar un resultado pésimo, quizá el peor de su historia, que podría expulsar al centroderecha del poder durante un larguísimo periodo de tiempo.
Pero en lugar de escuchar esas voces de su partido –que por el momento sólo se expresan en conversaciones privadas: a ver si de una vez se dignan a ser valientes–, en lugar de analizar las múltiples encuestas que le pronostican la hecatombe, en lugar de asumir que su gestión como presidente ha sido muy deficiente en prácticamente todos los campos, Rajoy prefiere hacerse caso a sí mismo y a sus alabarderos, así como a los que hablan de una recuperación económica que es real, pero que sería muchísimo más potente de no ser por el raquitismo de sus reformas económicas y su descomunal presión fiscal. Una recuperación, además, que pende del fino hilo de la situación exterior, por lo que no hay que descartar un giro negativo.
Ni el PP ni España necesitan más Rajoy, sino un centroderecha que recupere la fe en sí mismo. Los populares deben afrontar una auténtica renovación que les permita ofrecer a la sociedad una nueva cara y un nuevo mensaje ilusionantes. Si en lugar de eso –un proceso sustanciado en unas primarias o en un congreso verdaderamente abierto– Rajoy se elige a sí mismo en contra de los intereses del partido y de la opinión pública, le sucederá lo mismo que al PP andaluz, que va de mal en peor en las encuestas desde que le colocasen al frente a un personaje como Juan Manuel Moreno Bonilla, sin otro mérito que los propios de los segundones obsecuentes.