Pocas veces un partido político tuvo tantas posibilidades de ganar unas autonómicas por mayoría absoluta como las que tuvo el PP en las pasadas elecciones andaluzas. Tan sólo cuatro meses antes los populares habían cosechado en las generales unos resultados en Andalucía que, de repetirse en las autonómicas, les habrían permitido gobernar la comunidad con una mayoría más que suficiente. Sin embargo, un exceso de confianza, un perfil bajo renuente a mostrar una genuina alternativa al socialismo por miedo a movilizar el voto de los adversarios y un acomodaticio dejarse llevar en volandas, típicamente arriolano, hicieron que 400.000 andaluces que votaron al PP en las generales se abstuvieran en las autonómicas, lo que posibilitó que el PSOE siguiera gobernando pese a perder en votos y escaños.
Desde entonces se sabe que Javier Arenas no iba a encabezar una candidatura del PP a la presidencia de la Junta y que era necesario un cambio profundo en la dirección del partido. Lejos de abrir puertas y ventanas y dar voz y voto a los militantes, el PP se ha pasado dos años prácticamente descabezado, perdiendo oportunidades, no menos únicas, para hacer una convincente labor de oposición a un Gobierno socialista absolutamente incapaz de generar prosperidad en Andalucía y enfangado en casos de corrupción de formidable envergadura.
Con todo, el PP andaluz aún podría haber convocado un auténtico proceso de primarias para que las bases eligieran, de abajo arriba, una nueva dirección; sin embargo, el "dedo divino" (Aguirre dixit) ha vuelto a funcionar y Rajoy y Arenas han ungido a Juan Manuel Moreno como nuevo presidente y candidato a la Junta.
Aunque Rajoy, en unas declaraciones no exentas de cinismo, haya asegurado que no sabe cuántos candidatos van a haber, y que si hubiera más de uno "no significaría una ruptura", parece poco probable que alguien se atreva a desafiar su designación presentando avales (el plazo expira hoy miércoles a las 4:30 de la tarde). Por el contrario, todo parece indicar que vamos a asistir a unas primarias tan poco dignas de ese nombre como las que designaron a Susana Díaz heredera de Griñán en el PSOE andaluz.
Tan mal parada como la democracia interna del partido ha quedado su secretaria general, María Dolores de Cospedal, quien no había ocultado sus preferencias por José Luis Sanz.
La manera en que ha sido aupado hace muy difícil otorgar un voto de confianza a la capacidad de cambio y renovación de Moreno. Ojalá termine constituyendo una sorpresa positiva, pero lo que resulta innegable es que en su nombramiento han primado más el continuismo y las razones de poder que el parecer de los militantes del PP.