Las palabras del presidente del Partido Popular en la clausura del congreso de su partido en Andalucía son las propias de un político que se enroca en su posición para no hacer frente a la realidad. No de otra forma cabe entender sus críticas acerbas a los que llama "solistas" de su partido, en clara referencia a personalidades bien reconocidas como Isabel Díaz Ayuso o Cayetana Álvarez de Toledo, víctimas ambas del juego sucio impulsado precisamente por el aparato popular.
Casado elevó ayer las oscuras maniobras de su secretario general a doctrina oficial del PP, otorgando así un espaldarazo público a su número dos que, como es de esperar, se va a traducir en una intensificación de las campañas de desprestigio iniciadas contra la presidenta madrileña y su ex portavoz parlamentaria. Esta misma semana asistiremos, sin duda, a un recrudecimiento de los ataques contra ambas políticas, cuyo único delito ha sido arrasar en unas elecciones que Casado y su gente no quería convocar, caso de la presidenta madrileña, o denunciar los manejos de su número dos para convertir al PP en un cortijo.
Pablo Casado debería haber calmado los ánimos realizando un llamamiento a la unidad sin proferir ataques contra dos de los referentes de su partido a ojos de los ciudadanos. Y es que mal puede exigir lealtad el que conspira continuamente para traicionar a miembros de su partido, como hace el aparato de Génova contra los que se atreven a mostrar alguna discrepancia respecto a la estrategia impuesta con mano de hierro por el secretario general.
El caso de Díaz Ayuso es todavía más ofensivo porque, a diferencia de Álvarez de Toledo, no ha realizado en público ninguna crítica hacia Casado o su equipo. La presidenta madrileña únicamente pide que se le permita dirigir el partido en su demarcación, como ocurre con todos los presidentes autonómicos del PP, a través de un congreso abierto sin imposiciones por parte del aparato. Pero García Egea está actuando de manera implacable para implantar en el PP un régimen cuartelario en el que la única voz reconocible sea la suya. Acabar con Díaz Ayuso es, desde esa perspectiva enfermiza, un asunto fundamental para poner fin a cualquier amago de disidencia interna.
El colmo del desatino es haber difundido la especie de que se está fabricando un golpe interno contra Casado, una táctica burda pero efectiva que trata de dividir al PP en dos bandos irreconciliables en el que los discrepantes pasarán a ser directamente traidores a los que hay que identificar primero y expulsar después.
Pero el único golpe en marcha es el de García Egea y Casado contra ellos mismos, una operación vergonzosa en lo político y letal en lo estratégico a la que Sánchez, con toda razón, debe estar asistiendo complacido desde el palacio de la Moncloa.