Han bastado cien días para que el Gobierno bonito que aparentemente había logrado reunir Pedro Sánchez haya caído en el descrédito total.
Dos ministros han dimitido, uno estuvo varias semanas imputado y ahora es el propio presidente el que se enfrenta a un problema mayúsculo de credibilidad y ejemplaridad –y quién sabe si con derivada penal– a cuenta de su tesis doctoral. Para empezar porque Sánchez ha mentido groseramente en el Parlamento, de hecho él mismo se ha dejado en evidencia este jueves al anunciar que hará pública la tesis que la víspera decía que ya era pública.
Pero especialmente porque todo lo relativo a su tesis, plagiada o no, desprende un inconfundible aroma a chapuza y apaño, a terreno preparado y organizado para que el doctorando Sánchez obtuviese un título que no merecía. Y no un título irrelevante de un pseudomáster sin ninguna relevancia académica, sino nada más y nada menos que un doctorado, que reporta a quien lo obtiene prestigio social e importantes ventajas académicas.
Con todo, el desastre del Gobierno no se cifra en trabajos o tesis plagiadas o tribunales orquestados. Durante estos tres meses el Ejecutivo no ha hecho más que formular propuestas estupefacientes para después desmentirlas; ha dado bochornosas muestras de descoordinación, y bandazos tremendos en asuntos cruciales como la inmigración o la venta de armas a aliados controversiales.
Por si todo esto fuera poco, el indigno intento de apaciguamiento con el separatismo catalán se está revelando ominosamente estéril y especialmente injustificable, habida cuenta de que Torra y el resto de la banda golpista sigue adelante con su programa de voladura del orden constitucional.
Además ha formulado una serie de propuestas económicas disparatadas, en la peor línea podemita de expansión del gasto y aumento de impuestos, que sólo nos llevarían a convertir la ya evidente desaceleración en otra profunda crisis, cuando aún no se ha dejado completamente atrás la anterior, como atestigua la elevadísima cifra de paro, sin ir más lejos.
Han bastado cien días, en fin, para que el Gobierno se revele como lo que es: una agrupación de incapaces sobrados, eso sí, de sectarismo y populismo, sin un verdadero objetivo más allá de la permanencia en el poder de un presidente indigno de la menor confianza.
El estallido de la crisis de la tesis no ha hecho más que imponer la necesidad de una nueva rectificación gubernamental, esta vez para dar cumplimiento a la gran promesa del indocto doctor Sánchez: la convocatoria inmediata de elecciones generales. El Gobierno que jamás debió gobernar, habida cuenta de su imborrable pecado original –el apoyo que recibió de comunistas, golpistas, racistas y proterroristas–, es una calamidad, no tiene el menor recorrido y supone de hecho una amenaza para la recuperación económica y la estabilidad nacional.