El reciente viaje de Albert Rivera a Caracas ha desatado una nueva oleada de duras críticas en el Partido Popular contra el líder de Ciudadanos. La que más se ha signficado en este último alarde de violencia verbal contra Rivera ha sido la vicepresidenta del Gobierno, a pesar de que su responsabilidad institucional debería otorgarle cierta mesura en sus opiniones sobre los adversarios políticos. Lejos de ello, Soraya Sáez de Santamaría utilizó la rueda de prensa habitual tras el Consejo de Ministros para lanzar una andanada contra Rivera por haber visitado Venezuela en los prolegómenos de la nueva campaña electoral.
Sorprende que al PP le moleste tanto que un líder político español viaje a Venezuela para apoyar a la oposición democrática contra un régimen corrupto que ha sumido en la miseria a sus habitantes, muchos de ellos españoles. El líder de Ciudadanos aprovechó la visita para mostrar su pleno apoyo a los partidos democráticos que tratan de acabar pacíficamente con la pesadilla chavista, un gesto generoso y oportuno que sólo ha despertado la animadversión de los bolivarianos venezolanos, de sus lacayos españoles y, paradójicamente, también del PP.
De hecho, las críticas entre los dirigentes populares son indistinguibles de las de los podemitas. Todos ellos coinciden en que Albert Rivera ha ido a Venezuela con la única intención de obtener un rédito electoral. Incluso si así fuera, el líder de la formación naranja estaría en su derecho de mostrar qué principios defiende su partido también en la arena internacional, pero la realidad es que, como sabe de sobra el Gobierno, Albert Rivera viajó a Caracas invitado por el parlamento venezolano para impartir una conferencia, con el conocimiento y la conformidad de nuestra embajada.
A la luz de estos ataques furibundos contra Ciudadanos cabe preguntarse cuál es la estrategia futura que quieren afrontar con éxito Rajoy y Sáez de Santamaría tras el 26-J. Según todas las encuestas, el parlamento español parece abocado a una encrucijada similar a la que surgió tras las elecciones del pasado 20 de diciembre, con la única incógnita de si la coalición extremista populista será capaz de sobrepasar al triste PSOE de Pedro Sánchez. En esa situación, tan parecida a la anterior, el PP tendrá que contar necesariamente con los diputados de Ciudadanos si quiere mantenerse en el Gobierno, un entendimiento que el núcleo cercano a Rajoy parece dispuesto a hacer imposible a la vista de la ferocidad de sus últimas arremetidas verbales.
Por fortuna para el Partido Popular, hay dirigentes de fuste que comparten con Rivera, también, sus análisis en materia internacional, y que tienen una proximidad no sólo generacional con el líder de Ciudadanos. Para desgracia de los votantes populares, no parece que esta nueva generación de políticos con las ideas claras y el pasado limpio estén llamados a desempeñar un papel relevante en el futuro inmediato del primer partido de España.