Albert Rivera presentó este lunes su dimisión como presidente de Ciudadanos y renunció al acta de diputado que consiguió en las elecciones del domingo. El ya exlíder de la formación naranja había anunciado en la misma noche electoral la convocatoria de un congreso extraordinario para la recomposición del partido tras el tremendo varapalo recibido en las urnas. En ese momento no aclaró cuál sería su futuro, pero lo despejó sólo unas horas después, en una comparecencia memorable.
Lo primero que hay que reconocerle a Albert Rivera es la altura de su gesto, pues no es frecuente ver a un líder político asumir de una manera tan contundente su responsabilidad ante un fracaso como el que acaba de vivir Ciudadanos. Ahí están los casos de Pedro Sánchez o Pablo Iglesias para acreditarlo. Pero es que además la trayectoria del político catalán, a pesar de sus errores de los últimos tiempos, ha estado marcada por una decidida defensa de los valores constitucionales en una Cataluña devastada por un nacionalismo cada vez más liberticida y criminógeno.
El salto de Rivera a la política nacional convirtió a Ciudadanos en serio aspirante a bisagra no nacionalista, que posibilitara al Gobierno de turno librarse de la lacra chantajista de los separatistas. Su defensa de la igualdad de todos los españoles y sus posiciones centristas convirtieron al partido naranja en una tercera opción en los antípodas del ultraizquierdismo de Podemos, formación juramentada con la destrucción del orden constitucional que sigue causando estragos, ante el aplauso de un establishment mediático repulsivamente hipócrita.
El notable éxito cosechado en las generales del pasado abril, en las que Ciudadanos estuvo muy cerca de sobrepasar al PP, llevó a Albert Rivera a cometer graves errores que han acabado pasándole una amarga factura. Su decisión de demonizar a Vox, que le llevó a no sentarse siquiera a hablar con el partido de Abascal para negociar Gobiernos autonómicos y municipales allí donde la izquierda no sumaba, junto con sus cambios de opinión respecto a la necesidad de alcanzar algún acuerdo de desbloqueo con Pedro Sánchez hicieron que numerosos votantes de su partido acabaran el pasado domingo absteniéndose o decantándose por otras siglas.
Albert Rivera se va con el reconocimiento de tantos españoles por su papel en la lucha contra los peores enemigos de Cataluña y la Nación. Su marcha abre un periodo de gran incertidumbre en un partido, Cs, que había desarrollado una extraordinaria dependencia de su liderazgo. Inés Arrimadas y compañía tienen ante sí el formidable desafío de refundar un partido que ha librado grandes batallas por España y la libertad y que no merece correr peor suerte que la canalla separatista, Podemos o el propio PSOE tóxico de Pedro Sánchez Castejón.