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EDITORIAL

Cataluña sin control

Nos encontramos ante una nueva etapa de un golpe de Estado que no ha cesado.

Carreteras cortadas durante larguísimos periodos de tiempo, infraestructuras básicas de primer orden como un gran aeropuerto a merced de las acciones de los vándalos, líneas férreas saboteadas de forma habitual, dos noches consecutivas de disturbios en el centro de la capital regional con barricadas e incendios… Por mucho que nos hayamos acostumbrado a que en Cataluña se vivan situaciones excepcionales, lo que viene ocurriendo desde el lunes es intolerable, inaceptable e impropio de un país europeo civilizado.

Esta situación de descontrol y rebelión violenta es el destape final de la verdadera cara de un separatismo que siempre ha utilizado diversas formas de coacción e intimidación y que, pese a presumir de pacifismo los 365 días del año, ni ha renunciado nunca a los métodos violentos ni ha dado la espalda a los que los usaban, como tampoco lo está haciendo ahora: por tres veces ha evitado Torra condenar las acciones violentas de los manifestantes, por mucho que se lo han pedido varios ministros y a última hora el propio presidente del Gobierno.

Y no lo hace porque es evidente que no estamos ante las acciones de unos pocos exaltados, sino ante un plan de imposición a través del terror y la violencia que se desarrolla al amparo de las instituciones regionales. Hoy es más obvio que nunca que nos encontramos ante una nueva etapa de un golpe de Estado que no ha cesado, aunque se hubiese interrumpido en su día y aunque las máximas autoridades políticas y judiciales no lo quieran ver.

En este sentido, la actitud del Gobierno de Pedro Sánchez es absolutamente lamentable y el papelón que está haciendo el ministro Grande-Marlaska será recodado como uno de los momentos más penosos de la historia de la política española. El Ejecutivo ha sido engañado –una vez más– por los separatistas, ha sido incapaz de prever algo que era perfectamente previsible y ahora no sabe ni calibrar la gravedad de la situación ni ponerle remedio, más bien al contrario se dedica a poner palos en las ruedas de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, que se están enfrentando a los violentos.

Pero además de ineficaz, la reacción de Sánchez y los suyos es tremendamente inmoral: no sólo están mintiendo a diestro y siniestro sobre lo que está ocurriendo en Cataluña y su significado, sino que además el presidente convoca a los líderes de la oposición para, en teoría, consensuar una respuesta a los hechos y, en lugar de contar con un partido como Vox que está inequívocamente por la defensa de la legalidad vigente y la unidad de España, cuenta con Podemos, que ha apoyado, apoya y apoyará al nacionalismo siempre, en cualquier circunstancia y en cualquier lugar. Todo porque, incluso en estas circunstancias tan complejas, Sánchez prefiere seguir haciendo electoralismo barato.

De hecho, en su tardía comparecencia televisiva el presidente del Gobierno se limitó a juegos florarles verbales sobre "la fuerza de la moderación", aunque sin ofrecer un plan claro para una situación que él mismo empieza a reconocer que es grave, pero que cada hora que pasa está más claro que no sabe cómo afrontar.

Por último, no podemos dejar de reseñar cómo lo que está ocurriendo en Cataluña pone en solfa la lamentable sentencia del Tribunal Supremo contra los golpistas, fruto evidente de una voluntad de hacer un gesto político al separatismo que los independentistas han despreciado violentamente, y nunca mejor dicho. Una vez más, la Justicia se ha subordinado a la oportunidad política y, una vez más, no es que no haya servido para nada, sino que ha empeorado las cosas.

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