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EDITORIAL

Cataluña, el fútbol y la libertad de expresión

Los separatistas catalanes, los mayores vulneradores de los derechos humanos, pasan ahora por víctimas inocentes de un centralismo trasnochado.

El juzgado de lo Contencioso Administrativo número 11 dejó el pasado viernes sin efecto la orden de la delegada del Gobierno en Madrid por la que se prohibía la entrada a la final de la Copa del Rey de Fútbol de las banderas estrelladas, símbolo utilizado en los actos de masas por las fuerzas separatistas catalanas.

Aunque las críticas que han llovido sobre la delegada madrileña del Gobierno, Concepción Dancausa, pretenden que esa orden obedeció a un impulso irreflexivo, conviene recordar que fue una decisión adoptada a petición de la Federación Española de Fútbol, entidad organizadora del evento deportivo y que, ya en el ámbito judicial, recibió el pleno apoyo del fiscal del caso. La propia Dancausa es una jurista de larga y reconocida trayectoria, incapaz por tanto de adoptar una resolución de estas características sin tener detrás razones suficientemente sólidas para ello.

Pero el apoyo a Dancausa por parte de la federación y la fiscalía no ha tenido su adecuado reflejo ni en el Gobierno ni en su partido. El Ejecutivo nacional osciló entre ponerse de perfil -su posición natural cuando se trata de los nacionalistas-, o criticar la decisión de su compañera, abandonada a su suerte en una cuestión de calado en la que debería haber estado arropada políticamente, fuera cual fuese la resolución judicial posterior.

Pero lo peor de todo este asunto es que se brinda a los nacionalistas catalanes una victoria en lo que respecta a su imagen exterior. Los separatistas catalanes, responsables directos de las mayores vulneraciones de los derechos humanos, pasan ahora por víctimas inocentes de un centralismo trasnochado, del que sólo han podido zafarse en el último minuto gracias a la decisión heróica de un juzgado.

Esta es la consecuencia de la estrategia desastrosa de un Gobierno que hace el mal incluso cuando pretende, a su manera, hacer el bien. A lo largo de cuatro largos años, gozando de una mayoría política arrolladora, Rajoy ha decidido dejar Cataluña en manos de los que han convertido a aquella región española en un reducto sin Estado de Derecho. Si se hubiera actuado con firmeza en asuntos de mucho mayor calado -la educación en español y la intentona secesionista principalmente-, la mamarrachada antinacional de las banderas estrelladas en el fútbol podría haberse evitado.

En cambio, el Gobierno ha brindado a los odiadores de la nación española y del resto de españoles una victoria de la que sólo cabe extraer una consecuencia anecdótica pero positiva: este domingo asistimos a la primera ocasión en que los separatistas catalanes obedecieron a pies juntillas una decisión de la Justicia española.

En cualquier caso, la única vía eficaz para terminar con estos comportamientos tan asquerosos en el deporte es sancionar severamente y, en su caso, expulsar al club de la competición. Sería impensable que la NBA mantuviese en la liga a una franquicia cuya afición silbase sistemáticamente el himno de EEUU al inicio de cada partido. A los estadounidenses no les gusta que se les insulte. Normal. Lo raro es lo de aquí.

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