En los, aunque parezcan eternos, escasos meses que llevan al frente de las dos ciudades más importantes de España, las alcaldesas Manuela Carmena y Ada Colau están dando sobradas muestras de que siempre se puede ir a peor. El sueño regeneración de la extrema izquierda no es más que una pesadilla de fanatismo e incompetencia, para colmo trufada del más bochornoso enchufismo.
Por mucho que acuda en su rescate la servil prensa progresista, también sectaria hasta la náusea y también de ínfimo nivel, las funestas alcaldesas no dejan de dejar claro que Madrid y Barcelona les vienen muy grandes. Sencillamente, no están a la altura. De hecho, sólo consiguen rebajar el renombre de ambas ciudades en los foros nacionales e internacionales relevantes.
Carmena y Colau son lo que da de sí la por fortuna muy atomizada extrema izquierda española. Sirva lo que padecen los ciudadanos de Madrid y Barcelona –y los de Cádiz, con el impresentable Kichi– como advertencia definitiva ante las inminentes elecciones generales: lo último que necesita España para afrontar los cruciales desafíos que tiene planteados es el influjo de formaciones y personajes de estas características, buenos sólo para lo malo y que no serían absolutamente nada si no intoxicaran la atmósfera sociopolítica con dosis formidables de resentimiento, con la execrable complicidad de la izquierda mediática.