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EDITORIAL

Carmena quiere colapsar Madrid

La contaminación no es la razón sino la excusa que se emplea para imponer un proyecto demencial y liberticida.

La contaminación no es la razón sino la excusa que 
se emplea para imponer un proyecto demencial y liberticida.
Cartel de Madrid Central | Europa Press

El objetivo real de la guerra que ha declarado el Ayuntamiento de Madrid al coche no tiene nada que ver con la contaminación ni con el bienestar de los ciudadanos. Se trata de una estrategia diseñada con el único objetivo de colapsar la ciudad y, de este modo, desincentivar el uso de vehículos por parte de la población. Dado que una prohibición total de la circulación contaría, como es lógico, con el rechazo frontal de los votantes, Manuela Carmena y su equipo se han dedicado desde el inicio de su mandato a que la conducción por la capital se convierta en un infierno.

Primero fueron los protocolos contra la contaminación y sus radicales restricciones al tráfico para, a continuación, llenar Madrid de carriles bici, a pesar de que su utilización es absolutamente marginal. Y ello sin contar que el equipo de Ahora Madrid también se ha dedicado a reducir las plazas de aparcamiento en zonas de alta demanda, al tiempo que ha recortado partidas destinadas a mejorar las infraestructuras. Madrid Central es el último gran capítulo de esta particular guerra, fruto de un particular proyecto colectivista para que la urbe se adapte al gusto de la extrema izquierda en lugar de servir a sus habitantes, que son los que pagan los impuestos.

La imposibilidad de circular libremente por buena parte de la almendra central es un auténtico despropósito. En la primera fase, que arranca este viernes, los policías informarán de las nuevas normas a los conductores, pero en enero ya comenzarán a notificarse las infracciones para, finalmente, imponer las tan temidas multas a partir de marzo. En concreto, un total de 472 hectáreas, prácticamente la totalidad del centro, estará cerrado al tráfico, salvo para residentes y transporte público.

Esta absurda guerra al coche, es, en primer lugar, una gran mentira. Madrid –como, en general, España– cuenta con uno de los aires más limpios del mundo, así como con una de las tasas de fallecidos por contaminación más reducidas. La concentración de sustancias nocivas ha descendido de forma muy sustancial en los últimos años gracias a los avances tecnológicos en el sector automovilístico, pese a que el tráfico es mayor, sin necesidad de prohibiciones. La contaminación, por tanto, no es la razón, sino la excusa que emplean algunos políticos para restringir la movilidad de los ciudadanos.

Pero es que, además, este tipo de medidas resultan ineficaces y contraproducentes. Las trabas al tráfico rodado han disparado los atascos, reduciendo de paso la velocidad media de la circulación, y el resultado ha sido el empeoramiento de la calidad del aire de Madrid en un 20% bajo el gobierno de Carmena. Y lo peor de todo es que este plan se caracteriza por la improvisación y la irresponsable falta de vías alternativas para facilitar la movilidad de todos aquellos que necesitan acudir al centro, empezando por los comerciantes, que verán reducida su actividad.

La consecuencia de todo ello será un caos circulatorio mucho más grave e intenso del registrado hasta el momento. Conviene recordar que el centro de la capital es un punto neurálgico, ya que facilita la conexión entre las distintas partes de la ciudad. El aislamiento de estos barrios, convertidos en una especie de coto restringido para residentes, congestionará las zonas aledañas, agrandando así el caos existente. La finalidad última de Carmena es que los conductores, ante la imposibilidad de transitar normalmente, se vean obligados a cambiar de transporte. No es un problema de contaminación, sino de puro fanatismo ideológico.

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