Como por otra parte era lógico esperar, Mariano Rajoy se ha decidido por un gabinete en el que la nota más clara es la continuidad en los nombres: sólo tres de los ministros que seguían en funciones abandonan sus carteras y, a excepción de Cospedal, tampoco los que se incorporan al Consejo de Ministros tienen un destacadísimo perfil político.
Analizando estas salidas, cabe decir que eran más que esperadas: Fernández Díaz arrastraba los escándalos de la liberación de Bolinaga y de la grabación en su propio despacho y había sido reprobado por el Congreso, su continuidad era por tanto impensable. Por su parte, García Margallo no sólo ha sido un desastroso ministro de Exteriores sino que, además, había colocado al Gobierno completo en situación más que incómoda en numerosas ocasiones, ejerciendo de ministro de asuntos catalanes. Morenés, por su parte, había sugerido varias veces que quería dejar el ministerio, si bien en las últimas fechas este mensaje había cambiado, no sorprende su adiós.
En cuanto a las incorporaciones, la más relevante desde el punto de vista político es por supuesto la de María Dolores de Cospedal, que finalmente se hace con un ministerio que, pese a su evidente importancia no es de los que maneja un mayor presupuesto. Coloca, eso sí, a un hombre de su entera confianza a la cabeza de uno de los grandes: Juan Ignacio Zoido en Interior, con lo que podemos decir todo lo relativo a Seguridad, con la elocuente excepción del CNI, queda en la órbita de la expresidenta de Castilla-La Mancha.
Uno de los nuevos ministros tiene un perfil eminentemente profesional: además de que mejorar a García Margallo no parece complicado, la experiencia de Alfonso Dastis en Bruselas desde 2011 hacen pensar que puede ser un hombre adecuado para Exteriores en un tiempo en el que lo que ocurra en la UE será especialmente relevante. También cabe esperar que Íñigo de la Serna, tras casi 10 años como alcalde y tres en la presidencia de la FEMP, maneje con eficacia un ministerio eminentemente de gestión como es Fomento.
Las otras dos incorporaciones son, sobre todo, refuerzo para el sorayismo dentro del Gobierno: Álvaro Nadal y Dolors Montserrat son personas de la entera confianza de la vicepresidenta que refuerzan aún más su poder en el gabinete.
Con Fátima Báñez sin el "superministerio" del que se había hablado para ella y García Tejerina sin el ascenso que muchos esperaban tras su notable gestión en Agricultura, lo más relevante entre los ministros que repiten son los cambios en las funciones que pasan de una cartera a otra.
Es destacable, por ejemplo, que Luis De Guindos, pese a no haber conseguido la vicepresidencia, se ha impuesto en su duelo particular a Cristóbal Montoro: el de Economía amplía sus funciones con la incorporación a su cartera de Industria, mientras que el de Hacienda pierde –aunque sea a manos de su jefa política- al menos una parte de las competencias de Administraciones Públicas.
El inmenso poder de Sáenz de Santamaría
Pero sin duda lo más relevante del nuevo Gobierno es que, pese a lo mucho que se había especulado con ello, Sáenz de Santamaría no sólo no pierde parte del poder que atesoraba, sino que bien al contrario lo incrementa: es posible que ya no disfrute de la presencia mediática que supone la portavocía del Gobierno y la comparecencia ante la prensa semana tras semana después del Consejo de Ministros, pero a cambio mantiene la vicepresidencia, el ministerio de Presidencia, el control del CNI y una nueva función "para las Administraciones Territoriales" que tendrá en sus manos dos temas absolutamente claves en esta legislatura: el desafío independentista de Cataluña y la negociación del nuevo sistema de financiación autonómica.
Separar el CNI del ámbito de la seguridad –bien Defensa, bien Interior- que le sería natural no sólo supone una derrota política de Cospedal, batida en todas las líneas en el enfrentamiento entre las dos mujeres más relevantes del PP, sino que hace temer que siga o incluso se incremente la guerra de cloacas de diferentes departamentos que ya hemos visto buena parte de esta legislatura.
Que en lugar de limpiarse a fondo esas cloacas puedan estimularse para el enfrentamiento intrapartidista es una malísima noticia para el PP… y para España.
Aún más preocupante puede ser el hecho de que Sáenz de Santamaría, de cuyas convicciones políticas no se tiene noticia, gestione el principal problema político al que se enfrenta la Nación Española, en una situación de extrema debilidad parlamentaria de un Ejecutivo que tendrá que negociarlo todo y encima con un ministerio creado ad hoc para ello: son los mejores mimbres para llevarnos a un enjuague en el que se trate de satisfacer a una de las partes a costa de dejar de lado la legalidad y los principios.
Algo que de ocurrir sería dramático para España, porque en la defensa de la Nación y la unidad territorial los pasos errados que se den son, aunque a corto plazo no lo parezca, mucho más peligrosos e irreversibles que los errores en política económica.
El nuevo Gobierno de Rajoy ha supuesto, en suma, excelentes noticias para una persona, Soraya Sáenz de Santamaría, pero muy malas para una España que, una vez más, no parece en las mejores manos.