Aunque cualquier momento del año es oportuno para denunciar la brutal persecución que, en pleno siglo XXI, todavía sufren millones de personas por el mero hecho de ser cristianas, nada más indicado que hacerlo durante esta semana en la que los fieles de esta religión conmemoran la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Esta Semana Santa viene precedida, además, por los salvajes atentados del pasado Domingo de Ramos, perpetrados en dos iglesias en Tanta y Alejandria, en los que han sido asesinados cuarenta y cinco fieles y han resultados heridos más de un centenar.
A pesar de que cerca de 215 millones de cristianos sufren un alto nivel de persecución por su religión, según el último índice publicado por la ONG Puertas Abiertas, y de que tres de cada cuatro personas perseguidas a causa de su religión son cristianas, esta es una trágica realidad de la que apenas se habla y que los políticos de todo el mundo –empezando por los occidentales- raramente -por no decir, nunca- sacan a relucir. El hecho de que los verdugos de todas estas personas sean, en la inmensa mayoría de los casos, islamistas radicales o representantes del ateísmo comunista, lleva a muchos dirigentes políticos a considerar diplomáticamente inadecuado o incluso políticamente incorrecto denunciar estas atrocidades. Así, resulta mucho más frecuente oír a nuestros políticos denunciar la "islamofobia" que la "cristianofobia", cuando lo cierto es que, desde hace siglos, los únicos musulmanes perseguidos lo son a manos de otros musulmanes y los cristianos siempre están en el lado de las víctimas.
No se trata de azuzar una "guerra de religiones", tal y como arteramente dicen quienes pretenden silenciar que ya no hay cristianos entre quienes matan por razones religiosas tanto como ocultar que sigue habiendo musulmanes que asesinan por el hecho de serlo, sino de ser conscientes de que la civilización debe estar en guerra contra la barbarie, y que mientras la civilización de la tolerancia y de la libertad debe mucho a una religión como el cristianismo, la barbarie está todavía institucionalizada en muchos países de mayoría musulmana en donde la herejía o la apostasía se castiga con la cárcel y, en la mayoría de los casos, con la muerte.
Aunque a esa barbarie no son ajenos regímenes comunistas, como Corea del Norte, en los que las manifestaciones religiosas son consideradas como delito, es fundamentalmente en los países musulmanes, cuyas legislaciones no distinguen el delito del pecado, donde más persecuciones por motivos religiosos se producen. Esta persecución institucionalizada que sufren los cristianos en países como Somalia, Afganistán, Pakistán, Siria o Irak debe ser denunciada y combatida en todos los ámbitos por todos aquellos que, siendo creyentes o no, consideren, parafraseando a Shakespeare, que "Hereje no es el que arde en la hoguera. Hereje es el que la enciende".