Era el día después de la derrota electoral del PSOE de Extremadura. Una fecha que los socialistas extremeños todavía no han olvidado: 24 de mayo de 2011. Cuando los que habían ejercido durante veintinueve años el poder absoluto en un gobierno autonómico se frotaban los ojos para comprobar si era realidad la histórica victoria del PP en Extremadura. Era ese mismo día. El entonces presidente en funciones de la Junta, Guillermo Fernández Vara, anunciaba que estaba recogiendo sus pertenencias del despacho oficial que había ocupado cuatro años. Aseguraba que ya tenía preparada la carta para pedir su reingreso como médico forense. Pero jamás lo hizo.
Fernández Vara estará hoy pensando en aquel día tras el anuncio de una moción de censura contra el gobierno del popular José Antonio Monago. Entonces valoró la oportunidad de regresar a la actividad privada o de incorporarse como diputado nacional tras la elecciones generales de noviembre. Nada de eso ocurrió. El problema es que ahora, tras el inaudito anuncio de una moción de censura a un año de las elecciones municipales, a escasos días de las europeas y sin apoyos previos de ninguno de los otros dos partidos de la oposición en Extremadura (IU y los regionalistas del Prex-Crex), la impresión es que está escribiendo su epitafio político. Vara tendrá que actualizar aquella misiva para volver a su profesión si, como es seguro, su huida hacia delante no prospera en el Parlamento extremeño. Un ex presidente elaborando una moción de censura para … volver a ser presidente por la puerta de atrás y a un año vista de las elecciones. De locos.
Será sin duda su tumba política, el ocaso de un líder al que muchos esperaban desde dentro de sus propias filas. Los ibarristas, los primeros. Aquellos que siempre creyeron que en Extremadura el régimen socialista sería perpetuo. Aquellos que pensaban que, hicieran lo que hicieran, los sillones serían para siempre suyos. Extremadura es socialista, gritaban confiados, cometiendo todo tipo de tropelías. Lo hicieron ante varias generaciones narcotizadas por el empleo público y las subvenciones.
Vara –que fue elegido directamente por Ibarra para su sucesión- nunca fue bien visto por las vacas sagradas del PSOE extremeño. No es uno de los nuestros, se lamentaban. El de Olivenza procedía de buena cuna y disponía de una generosa cuenta corriente pero nunca le pasaron el hecho de que hubiera sido militante de Nuevas Generaciones de AP. Se taparon la nariz porque a Ibarra nadie le chistaba... y si alguien lo intentaba la fulminación era inmediata.
Vara perdió su inmunidad ante los socialistas en el mismo instante de la derrota electoral. Fue entonces cuando dilapidó en sólo cuatro años el tremendo caudal de votos que alcanzó cuatro años antes frente a un Carlos Floriano al que sacó más de catorce puntos de diferencia y once diputados. Era el año 2007. El cambio fue tal que en 2011 el PSOE perdió diez puntos y ocho diputados. Vara se convirtió en un pato cojo y el primero que abrió la veda contra él fue precisamente el propio Ibarra, culpabilizándole de la derrota.
A partir de ahí, esta legislatura se ha convertido para él en un auténtico calvario. Vara no tiene nada que ver en las formas con su antecesor, ni tampoco en el trato personal; mucho más educado y sin esa altanería típica del ibarrismo. Se vio ante la obligación de acostumbrar al PSOE de Extremadura a estar en la oposición. Algo que se está revelando más que difícil para un partido que patrimonializó la administración pública durante treinta años, con decenas de altos cargos que se quedaron en la calle – si antes no se hicieron funcionarios, como muchos, o como la propia consejera de Sanidad durante el traspaso de poderes- y que ven ahora que la situación se puede repetir dentro de un año. Hay muchas bocas acostumbradas al buen vivir que se desesperan ante un Vara al que tachan de falta de mordiente, de punch, de carisma. Y todo esto frente a un Monago que ha tenido la facilidad de noquearle –como en este reciente Debate sobre el Estado de la Región- con sólo tirar de hemeroteca y recordar su funesta gestión económica en la pasada legislatura. Por ahí vienen las claves de esta huida hacia delante de Vara presentando una moción de censura que nace muerta desde su salida.
Con todas las encuestas en contra, con un Monago reforzado en su imagen como barón rojo, que lo ha dejado sin espacio político y sin capacidad de reacción... en el PSOE se temen lo peor. Por eso, este intento a la desesperada por poner de nuevo contra las cuerdas a IU, que es contra quien realmente se realiza en el fondo esta moción de censura, situándola otra vez ante el escaparte nacional como si el modelo andaluz actual no hubiera demostrado ya su fracaso absoluto.
Los que tildaron con desprecio como el accidente Monago -echándole las culpas desde el primer día a IU, que votó contra el régimen implantado en Extremadura durante décadas- se negaron a realizar una autocrítica seria y razonable. El PSOE de Extremadura no ha sabido -o querido- limpiar las estructuras internas, renovar el mensaje y cambiar las caras. La vieja política contra la nueva.
En vez de todo eso, desubicado, con un tono apocado, gris, sin alma, sin transmitir ilusión, Vara amagó desde el primer minuto de la legislatura con una moción de censura que sabía imposible. Lo que transmitió con su postura a la sociedad fue la desesperación de un partido por volver a toda prisa a la poltrona. Tres veces la anunció y tres veces la negó. Hasta ahora.
Cualquier estratega político de tres al cuarto se llevaría las manos a la cabeza ante una decisión suicida, al estilo kamikaze, a un año de las elecciones autonómicas, horas antes del pistoletazo de salida de las elecciones europeas y, sobre todo, ante la nula posibilidad de prosperar.
Poco ha trascendido que en esta legislatura, por el camino, Vara se ha dejado a dos diputados del partido regionalista, que se marcharon huyendo hace un año al Grupo Mixto. Por tanto, ni tan siquiera la repetición de un hipotético modelo andaluz en Extremadura (PSOE +IU) le bastaría a Vara para volver al poder a doce meses de los comicios, porque también tendría que convencer a las dos ovejas descarriladas, que ya han advertido que con ellos no cuenten.
El fracaso, por tanto, estaba asegurado de antemano por lo que el gesto de Vara sólo puede ser interpretado como su intento desesperado por terminar cuanto antes con un epitafio al que sólo le falta ponerle la fecha. Parecía que iba a producirse en mayo de 2015. Ahora puede que sea mucho antes, aunque su salida-con este gesto hacia los suyos de intento de reconciliación- pueda ser interpretado como hasta digno de forma interna. Su último servicio.
Por eso, aquella carta en la que pedía su reingreso como forense, ahora sí, parece estar a punto de ser rubricada.