Los gravísimos disturbios que han azotado el Reino Unido durante los últimos días no tienen ni van a tener explicaciones fáciles. Como en un examen de opción múltiple, la respuesta correcta es probablemente la F: "todas las opciones son correctas". Y además es que estamos hablando de una pregunta-trampa, porque uno intuye que todo esto de británico, de solamente británico, ha tenido muy poco.
Los que han aprovechado los espeluznantes actos de violencia y vandalismo para azotar a su bestia negra preferida (caso del vergonzoso artículo de M. A. Bastenier en El País) se han retratado como unos irresponsables, por no usar otro adjetivo. Porque ¿cómo puede uno echar la culpa de lo sucedido a las desigualdades supuestamente creadas por Margaret Thatcher, cuando la mitad de los detenidos se han educado durante los trece años, trece, de Gobierno laborista? Y así con cualquier explicación fácil que se ha manejado en las últimas semanas: en cuanto empieza a construirse la argumentación, ya se alza la sombra de su opuesto para desautorizarla.
¿Cómo culpar al liberalismo económico de las desigualdades sociales, cuando (como señala Carmen Serna en elmundo.es) los vándalos viven en barrios donde todo el mundo cobra subsidios por cualquier circunstancia, hasta el punto de que les es más rentable no trabajar que poner hamburguesas en un McDonald’s? ¿Cómo echar la culpa al supuesto racismo de la policía o de la sociedad, cuando la mitad de los detenidos son blancos, o cuando la policía reconoce que tardó en reaccionar adecuadamente a la crisis por miedo a recibir críticas (como las que recibió tras las manifestaciones contra el G-8)? ¿Cómo echar la culpa a los recortes presupuestarios de Cameron, cuando sólo lleva quince meses en el poder y los recortes anunciados todavía no han surtido efecto? Nick Clegg, que cada vez se parece más a un héroe kafkiano, respondía a la acusación de que todo se debe a los recortes en los efectivos policiales explicando que estos recortes ni siquiera han empezado a llevarse a cabo. Así de absurda está resultando la búsqueda de culpables: tan válido es echar la culpa al tándem Cameron/Clegg como a Guy Ritchie y sus películas de glorificación del pequeño mafioso británico.
Pero es que además, ¿qué explicación podemos encontrar que sea exclusivamente británica? Seguro que la glorificación de la violencia y de la propia marginalidad que distingue a la cultura gangsta ha tenido algo que ver, pero ¿por qué entonces no ha habido disturbios comparables en los guetos de las grandes ciudades norteamericanas, que es de donde provienen esa cultura y esa retórica? Si hablamos de paro y de marginación social, ¿de verdad creemos que hay algo estructuralmente distinto entre las barriadas pobres de Londres o Birmingham y las de Madrid, Chicago, Milán, Dublín o Lisboa? Si hablamos de una cultura consumista, ¿es que somos más consumistas ahora que hace cinco años, que hace diez, que hace quince? ¿Y son más consumistas los británicos que los alemanes, españoles, turcos, italianos, franceses, suecos? Si hablamos de Blackberrys... bueno, ya si le echamos la culpa a la Blackberry es que nos hemos vuelto locos de verdad.
Yo creo que lo único que se puede decir de estos episodios es que han sucedido en Inglaterra como podrían haber sucedido en otros países occidentales, inmersos como estamos en una tormenta perfecta causada en parte (no en su totalidad) por la grave situación económica. Por eso me parece que el único análisis posible es uno como el de Antonio Robles aquí en Libertad Digital, esto es, un análisis cuya óptica sea una visión general del contexto de Europa en los últimos cinco-diez años (o incluso yendo más atrás). Porque es verdad que las distancias que separan lo sucedido en Inglaterra del 15-M son enormes, pero hay un punto de contacto muy importante: la rapidez con que una protesta y una serie de actos aislados se extendieron por un país dizque próspero y civilizado; la rapidez con que una mecha prendió en una bolsa enorme de descontento y frustración, sobre todo entre la juventud.
Nos damos cuenta, comparando un caso y otro, que es la naturaleza de la mecha la que determina la forma que toma después su expansión por el resto del país. Esto es, en España la mecha fue una protesta callejera principalmente pacífica organizada por una plataforma con una serie de ideas y reivindicaciones, y todos los que se sumaron después se acoplaron (más o menos) a ese modus operandi; mientras que la mecha en el Reino Unido fueron una serie de altercados violentos, que luego se multiplicaron por todo el país. Pero la bolsa de descontento que prendieron esas dos mechas es casi la misma; y muy autocomplacientes seríamos si creyésemos que la británica no podría haber prendido aquí, o en Italia, o en Portugal. Ese es el verdadero peligro, la verdadera fuente de preocupación: lo aleatorio de las mechas.
Antes de acabar me corrijo: sí ha habido algo británico en todo esto: la reacción de la sociedad. En los últimos días hemos visto cómo la sociedad británica ha condenado de forma inequívoca los disturbios, hemos visto cómo el partido de la oposición ha apoyado sin reservas al Ejecutivo y hemos visto cómo no se concedía ni un milímetro a las justificaciones de los anarquistas con ADSL. Los vecinos de los barrios afectados se han juntado para limpiar sus calles y para ayudar a los comerciantes que han visto destrozadas sus tiendas, y hasta hemos visto cómo la comunidad musulmana de Birmingham se negaba a entrar en el juego de las venganzas y llamaba a la calma pese a la muerte de tres de sus miembros durante los disturbios. Son el tipo de cosas que hacen que, pese a todo lo sucedido en los últimos días, valga la pena seguir admirando a ese país.