Esta definición de la SGAE que empleo como título formaba parte de la Frikipedia, una enciclopedia de broma que funciona con el mismo sistema que Wikipedia y era emulación de la hilarante Uncyclopedia anglosajona. Ya no existe; fue cerrada por su autor tras una demanda de la sociedad dirigida por Teddy Bautista, aunque las malas lenguas aseguran que tanto uso de los juzgados para callar bocas supone una prueba irrefutable de que se ha convertido en la sucursal española de la Iglesia de la Cienciología. No hace falta mucho esfuerzo para imaginarse a Pedro Farré como auditor del nivel OT-III.
El club de OT no es el único cuya intolerancia a la crítica procura que se cierren sitios. La jihad de las caricaturas no podía dejar de lado Internet. Los ataques no se han limitado a sitios web daneses; los blogs norteamericanos de Michelle Malkin o Zombietime también han sido asaltados. La diferencia entre unos y otros es evidente, clara como la diferencia entre quienes queman embajadas y quienes mandan cartas a los periódicos; unos son civilizados y emplean los tribunales y las protestas pacíficas mientras los otros permanecen aún en la Edad Media, accediendo a los beneficios de un mundo globalizado sólo para poder comprar banderas danesas.
Por eso es completamente inadmisible el proyecto de unos crackers de atacar la web de la SGAE durante un festival musical. La SGAE tiene perfecto derecho a expresar su opinión en Internet, por más que haga todo lo que pueda por intentar negarle ese mismo derecho a los demás. Porque aunque le pueda acoger el derecho de recurrir a los tribunales, al igual que sucede con AXPE, resulta una costumbre irritante y bastante perniciosa en términos de relaciones públicas. En Internet, la crítica se responde con críticas a la crítica, no con demandas; algo similar debiera hacerse fuera, en el reino del CAC. Pero claro, qué otra cosa va a hacer un ente que se dedica a extorsionar a los que montan obras con discapacitados y que llama pendejos a los internautas que lo critican.