Facebook, YouTube y Twitter adoptaron políticas "contra la desinformación" sobre el coronavirus con mucha rapidez y las aplicaron de forma muy estricta, especialmente los dos primeros. Un youtuber al que sigo, para hacer referencia a las disrupciones que estaba provocando el virus en el mundo de la tecnología y la electrónica, se refería al covid como "el virus que no debía ser nombrado", o directamente Voldemort, porque simplemente mencionarlo garantizaba que tu vídeo sería censurado por la plataforma de Google. En todo caso, toda información sobre la pandemia en las grandes plataformas debía seguir las directrices oficiales de la OMS y del Gobierno de cada país. Porque, claro, como sabemos, Fernando Simón siempre ha dicho la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. La OMS jamás le ha hecho la pelota a China ni ha mirado a otro lado ante la dictadura comunista. Lo que digan los organismos oficiales va a misa.
Así, por ejemplo, como muy pronto algunos científicos se encargaron de desacreditar la teoría de que el virus había nacido en un laboratorio porque tenían intereses personales que proteger, las redes sociales decidieron calificar de desinformación toda referencia a dicha teoría, prohibiendo su difusión en sus plataformas. No es que los medios tradicionales se cubrieran de gloria, precisamente. Así, el Washington Post, por ejemplo, titulaba una pieza contra el senador republicano Tom Cotton asegurando que "repetía una teoría conspirativa que ya había sido desacreditada". CNN la descalificaba como una teoría "propia de un cómic". La BBC la equiparaba a la, esta sí, disparatada teoría divulgada por el Gobierno chino de que el virus en realidad nació en Estados Unidos. Algunos, como el ínclito Vox, están cambiando silenciosamente sus artículos de entonces para no que en retrospectiva no parezcan tan equivocados.
En España también tenemos numerosos ejemplos, como El País asegurándonos de que "la ciencia", nada más y nada menos, respondía a las "teorías de la conspiración" de que el virus había salido de un laboratorio. En El Diario de Escolar afirmaban que "la ciencia y el sentido común descartan la conspiración", mientras que El Mundo se escudaba en que "la OMS desmonta las teorías conspirativas de EEUU".
Pero incluso en el concentrado, ideológicamente hablando, panorama mediático useño siempre puedes encontrar voces discordantes, como el New York Post, que ya en febrero de 2020 comentaba los indicios a favor de esa teoría. El problema es que noticias como esa quedaron censuradas en las grandes plataformas de internet, viendo muy limitada su difusión entre el gran público, que en gran medida tira de redes sociales y televisiones para informarse y no se dedica a bucear en distintos medios para ver qué dicen unos y otros. Pasó lo mismo con la exclusiva sobre los oscuros negocios de Hunter Biden, testaferro de su padre el hoy presidente, cuya difusión fue frenada en seco porque había que colaborar con la campaña del político demócrata.
La propia Libertad Digital ha sufrido en sus carnes esta censura recientemente. Una periodista norteamericana de Associated Press decidió que una de nuestras noticias sobre las sospechas de fraude electoral debía penar en el infierno, y en consecuencia Facebook limitó durante semanas en su red la difusión de todos nuestros artículos, no sólo el supuestamente falso, que además no lo era. Ese es el poder que, cuando quieren, conceden a empresas como la propia AP, Newtral o Maldita, que hace poco calificó de "bulo" una noticia de ABC sobre la paguita que han aprobado dar en Aragón a todo el que se empadrone allí, inmigrantes ilegales incluidos, sin molestarse siquiera en contactar con el periodista que escribió la información. Naturalmente, ABC tenía razón y Maldita no. Pero, oye, que pidieron perdón por su "error". Porque lo suyo son errores, lo de los demás son bulos.
Hemos vivido durante la pandemia un incremento brutal en la presión de los grandes de internet contra la libertad de expresión. La línea que marcaban los fernando simón de este mundo es la que debíamos seguir todos como corderitos si no queríamos ser condenados a las tinieblas exteriores. Las mismas empresas que nos aseguraron que la libertad de expresión estaba en su ADN, que nunca restringirían nuestros derechos porque iba en contra de sus intereses, han cogido la antorcha y se han puesto a la cabeza de la turba. Y aunque la censura oficial es mucho peor en los países donde opera, las Big Tech tienen un alcance global.
Facebook, después de más de un año de censura de las "teorías de la conspiración" sobre el virus, ha reculado ahora que los buenos también lo consideran probable. Su graciosa majestad ya nos permite, ahora que la fuerza de los hechos ha obligado a considerar la culpabilidad de China en la pandemia como la hipótesis más probable del nacimiento del virus, decirlo sin consecuencias. Pero el problema sigue ahí. Porque no toda la verdad es tan clara, ni será nunca aceptada oficialmente. Por ejemplo, también nos han dicho que las denuncias de fraude electoral en EEUU son una teoría conspirativa que ha sido desacreditada. Oye, que puede que sea así, pero ¿por qué nos vamos a fiar ahora de lo que nos digáis los grandes medios y las redes sociales?
En Estados Unidos, algunos estados como Florida están dando los primeros pasos para meter en vereda a estas plataformas. En España, sin embargo, seguimos "luchando contra la desinformación", cuando la desinformación más grande, como estamos viendo con las vacunas de AstraZeneca, siempre viene de los mismos ministerios que se supone que nos deben proteger. Mientras no obliguemos a las grandes plataformas a respetar la libertad de expresión, como nos prometieron que harían para convertirse en la plaza pública global, siempre estaremos a su merced.