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Daniel Rodríguez Herrera

La nueva lista negra de Hollywood

Estos orgullosos antimacartistas no tienen ninguna objeción a las listas negras, siempre que en ellas estén los artistas que no compartan sus ideas.

Estos orgullosos antimacartistas no tienen ninguna objeción a las listas negras, siempre que en ellas estén los artistas que no compartan sus ideas.
La actriz Gina Carano. | Cordon Press

Dalton Trumbo fue un guionista excepcional. Aunque sólo fuera por Vacaciones en Roma y Espartaco ya merecería tener su nombre escrito con letras de oro en la historia del cine. Sin embargo, tras sospecharse su militancia comunista y negarse a testificar en el tristemente célebre comité de actividades antiamericanas del Senado, los estudios no quisieron saber nada de él. Era material radioactivo en términos de relaciones públicas. Pasó así a formar parte de la famosa lista negra, de modo que sus guiones fueron firmados por terceras personas o con pseudónimo. Ganó dos Oscar, pero sólo se reconoció que eran suyos décadas después.

Dalton Trumbo no sólo es que fuera comunista, sino que siguió siendo un estalinista convencido hasta el final de sus días en 1976, dos décadas después del famoso informe secreto de Kruschev en que se detallaban los crímenes del tirano al que adoró toda su vida. Tampoco tenía mucho derecho a quejarse de que no le dieran trabajo, dado que cuando pudo hacerlo trabajó para que no se rodaran películas anticomunistas. Pero todo eso no debería impedir a cualquier adulto con un mínimo de gusto y sentido común disfrutar de las películas en las que participó. De las buenas, al menos. Pero sí taparse la nariz ante la hagiografía que perpetró Hollywood hace unos años donde sus actividades reales a favor del régimen de Stalin y su nauseabunda ideología se transmutaron mágicamente en un idealismo naif en favor de los pobres y la libertad de expresión en un intento de blanqueamiento que, cabe sospechar, habría indignado al propio Trumbo. Imaginen lo interesante que habría sido, en cambio, una película que explorara su militancia a favor de la tiranía estalinista en contraposición a las palabras que salían de su máquina de escribir. Ya no se hacen guionistas como Trumbo.

Gina Carano es una republicana trumpista bastante estándar. En lo que se refiere a las ideas, sólo se distingue de los más de 70 millones de personas que votaron a Trump en noviembre en que su fama hace que lo que diga tenga más eco. En cambio, en la industria del entretenimiento norteamericana sí se distingue enormemente de sus compañeros. Porque ser de derechas y expresarte públicamente como tal es algo que sólo se pueden permitir, y no mucho, aquellos que son ya intocables, como Clint Eastwood. Carano, que es una mujer hecha a sí misma que viene del mundo de las artes marciales, está muy lejos de ese estatus. Lo único por lo que la conocemos la mayoría de los televidentes es por su papel de Cara Dune en The Mandalorian. Papel del que han decidido apartarla los mandamases de Disney por sus opiniones en redes sociales, que son polémicas sólo porque no son de izquierdas.

No tienen por qué creerme con esto: no hay más que hacer una pequeña comparativa. El texto que provocó el despido de Carano aseguraba que a los judíos no los pegaban los nazis en las calles, sino sus propios vecinos, merced a la campaña de odio de Hitler en su contra. Y se preguntaba en qué se diferenciaba esto de odiar a alguien por sus ideas políticas. Naturalmente, a Carano se le puede culpar de banalizar el Holocausto, pero no de ser antisemita ni favorable a los nazis. Resulta demasiado frecuente a los nazis en el discurso político, hasta el punto de que cuando nos encontramos con unos de verdad carecemos ya de palabras para condenarlos que no se hayan usado contra Vox, el PP o usted mismo.

Pues bien, su compañero en The Mandalorian, Pedro Pascal, publicó hace un par de años un tuit en el que ponía en pie de igualdad dos fotografías, una de niños judíos en un campo de concentración y otra, se supone, de niños inmigrantes encerrados por la maligna administración de Trump. Da igual que, además, esa segunda foto ni siquiera fuera correcta, pues se trataba de niños palestinos marcándose un Pallywood. No cabe duda de que, si la banalización del Holocausto es la línea roja que impide que trabajes en Disney, a Pedro Pascal tendrían que haberlo echado hace mucho más tiempo. Pero es que eso no es más que la excusa. Simplemente han esperado a que Carano sacara algo que les permitiera echarla haciéndose los dignos. Los dignos, ellos, que han rodado Mulan en colaboración con algunos de los responsables dentro del Partido Comunista Chino del genocidio de los uigures.

No, lo cierto es que estos orgullosos antimacartistas no tienen ninguna objeción a las listas negras, siempre que en ellas estén los artistas adecuados, es decir, los que no compartan sus ideas y, por lo que se ve, las del PCCh. Gina Carano ha anunciado un nuevo proyecto con un medio conservador, pero una cosa es que encuentre nuevos trabajos y otra que pueda llegar a ser alguien de relevancia en Hollywood. Eso le está vedado por ser de derechas.

Qué democracia más bonita nos está dejando la izquierda.

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