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Daniel Rodríguez Herrera

La epidemia ha terminado: ¡libertad!

Hay que coger cualquier resquicio de libertad que nos permitan y exigir más, o viviremos con restricciones el resto de nuestras vidas

Hay que coger cualquier resquicio de libertad que nos permitan y exigir más, o viviremos con restricciones el resto de nuestras vidas
Terraza recogida de un bar cerrado durante la entrada en vigor de las nuevas restricciones en Cataluña. | David Zorrakino (Europa Press)

Muchos liberales, yo incluido, hemos visto justificado que se restringieran algunos derechos fundamentales durante la pandemia. Naturalmente, eso nunca fue una carta blanca: es obvio que muchos de los mecanismos legales elegidos fueron ilegales o arbitrarios, especialmente el último estado de alarma de seis meses de duración o el 155 a Madrid sin razón epidemiológica ninguna, hecho sólo para poder presentar al carnicero Illa a las elecciones catalanas como un político que castiga a Madrid, que hay muchos imbéciles catalanes con un justificadísimo complejo de inferioridad que eso lo premian.

Pero la epidemia del covid, como problema de salud pública, ha terminado. El objetivo nunca fue terminar con el virus, porque en ese caso tendríamos restricciones durante el resto de nuestras vidas: el virus va a seguir siempre con nosotros, como sigue con nosotros la gripe. El problema del coronavirus es que colapsa los sistemas sanitarios, pues un porcentaje relativamente alto de los contagiados necesita hospitalización y ayudas para respirar, y ninguna sanidad del mundo podía responder a semejante avalancha. Cuando hay un colapso de este tipo, no sólo mueren por el virus muchas personas que podrían haberlo sobrevivido, sino que también fallecen de otras enfermedades por falta de tratamiento al estar los hospitales sobrepasados.

Esa etapa ya la hemos superado gracias a la vacunación. Las comunidades autónomas ya están vacunando a menores de 40 años, personas con un riesgo bajísimo de tener que ser siquiera ingresadas. Por eso las cifras de contagiados que aún hoy se emplean para asustarnos y, lo que es peor, para tomar decisiones políticas sobre las restricciones a nuestros derechos, han dejado de tener ningún sentido. Porque ya no se reflejan en hospitalizaciones, ingresos en UCI o muertes. La enfermedad sigue ahí. Si estás vacunado, las posibilidades de contraer la enfermedad son muy bajas, las de contagiarla aún más pequeñas y las de sufrirlas con gravedad suficiente como para tener que ingresar o incluso morir insignificantes. Pero existen, es verdad. Como también sucede con otras muchas enfermedades contagiosas de las que no nos preocupamos lo suficiente como para tomar medidas de protección.

Ahora el pánico nos lo intentan inducir con la variante india, como antes con la británica, la sudafricana, la brasileña y algunas más que no recuerdo. Pero las variantes no han vencido a las vacunas y no hay prueba ni indicio alguno de que ninguna de las nuevas suponga diferencias prácticas. Debemos dejar de tener miedo. Soy el primero que, después de casi año y medio, tuvo cierta aprensión al quitarme la mascarilla por la calle. Pero hay que coger cualquier resquicio de libertad que nos permitan y exigir más, o viviremos con restricciones el resto de nuestras vidas. Porque ahora el coronavirus ya no es una catástrofe. Es una enfermedad más. Todos podemos ser más o menos prudentes con respecto a otras dolencias, pero no justificaríamos que nos restringieran derechos fundamentales para bajar el número de muertos por gripe. O al menos quiero pensar que no, que quizá estoy siendo ingenuo.

Porque la fractura social que estoy viendo en las reacciones a la medida totalitaria impuesta por Armengol de confinar a centenares de jóvenes sin la cobertura de ningún juez resulta preocupante. De todos esos cientos de contagiados sólo han ingresado nueve y simplemente porque tenían un poquito de fiebre. Y me diréis que son un potencial peligro para los demás si los dejamos. No. Ya no. Las personas de mayor riesgo ya están vacunadas. Ese anuncio televisivo que los hacía sentir culpables si se iban de fiesta porque iban a matar a su abuela ha dejado de tener ninguna base científica. La abuela está vacunada. Y Armengol lo justifica en la irresponsabilidad de unos jóvenes por ir a un concierto, ella, que se saltó sus propias restricciones porque las normas, como hemos visto con los indultos, son sólo algo que la casta política nos impone a los demás, no unas reglas que deban cumplir ellos los primeros, para dar ejemplo.

Todos hemos aceptado siempre que la vida en libertad conlleva riesgos. Coger un coche, un autobús, un avión tiene riesgos. Hasta caminar por la calle. Hemos estado dispuestos a entregar una parte importante de nuestra libertad porque el año pasado lo que existía era un riesgo muy extremo y, sobre todo, la casi certeza de que provocáramos sin quererlo un daño gravísimo sobre terceros. Pero ya no estamos en ese escenario y las restricciones, incluso las madrileñas, han dejado de estar justificadas. Es hora de que gritemos "¡libertad!" y exijamos a los políticos que volvamos a la vida de 2019. Porque la situación sanitaria es ya la de 2019.

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