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Daniel Rodríguez Herrera

HTML 5 al ataque

Los beneficios que ha traído Flash son mucho mayores que sus desventajas. Pero para muchos puristas, emplear una tecnología propiedad de una empresa y que se aleja de los estándares bajo los que se construye la web, pues como que no nos gusta.

Flash fue en su momento una solución francamente buena a las limitaciones multimedia que presentaban los estándares web. Cuando nació, resultaba imposible realizar de otra manera las animaciones empleadas, sobre todo, por los anuncios. Tampoco se podían hacer aplicaciones gráficas ya algo complejas como Farmville, el popular juego de granjeros que 80 millones de personas disfrutan o sufren, según los casos, en Facebook. Y, desde luego, resultaba del todo imposible ver vídeos.

Sin Flash hubiera sido imposible el éxito de YouTube, sin ir más lejos. Sólo por eso, y por la transformación brutal que ha tenido lugar en la web gracias al vídeo, la tecnología de Adobe merecería todos nuestros homenajes y parabienes. Y, sin embargo, corre desde hace tiempo entre quienes nos dedicamos o nos hemos dedicado alguna vez al desarrollo de sitios web cierto runrún de que hay que acabar con Flash. ¿Por qué somos tan malos?

Lo cierto es que a Flash le ha pasado como a otras aplicaciones que van añadiendo novedades y se les va explotando más allá de lo que se pensó cuando fueron diseñados. Otro ejemplo que viene a la cabeza sería iTunes. El caso es que no es raro que el abuso de Flash ralentice mucho el navegador. No han sido dos ni tres las veces que he tenido que reiniciarlo por culpa de una pestaña con una aplicación en Flash que se ha colgado. Además, es un plugin, es decir, un añadido que hay que descargar e instalar aparte de nuestro navegador. Y quizá lo más irritante: es una tecnología que permite hacer sonar algo sin nuestra intervención ni nuestro permiso. Posiblemente sea la causa de que muchos, yo entre ellos, tengamos apagados los altavoces mientras navegamos o los encendamos para escuchar música a sabiendas del grave riesgo de que un anuncio diseñado por algún ser indeseable nos pegue un susto de los que hacen época.

En realidad, muchos de los problemas de Flash no son tanto responsabilidad de esa tecnología como de su abuso. Flash no es el culpable de que haya tantos sitios web que consideren que tiene usted tanto tiempo que perder que quieren obligarle a ver una animación (intro, la llaman) antes de poder acceder a los contenidos que realmente le interesan. Ni de que haya quien decida que todo el contenido de la web deba estar dentro de Flash, impidiendo a los buscadores trastearlo y a usted encontrarlo y, si pese a todo lo consigue ver, guardarlo en los favoritos o enviar la dirección a una tercera persona.

Detalles, dirán ustedes, y seguramente tengan razón. Los beneficios que ha traído Flash son mucho mayores que sus desventajas. Pero para muchos puristas, y los informáticos en muchos casos somos de un puritano que ni Cromwell, emplear una tecnología propiedad de una empresa y que se aleja de los estándares bajo los que se construye la web, pues como que no nos gusta. Y, sobre todo, están en marcha unos nuevos estándares que nos permitirán hacer todo lo que hace Flash, pero sin Flash.

HTML 5 y CSS 3 son esas nuevas tecnologías que prometen eliminar, o cuanto menos reducir, el uso de Flash en nuestra navegación diaria. Aún en desarrollo, están siendo en parte implementados en los navegadores incluyendo, quién nos lo iba decir, Internet Explorer. Gracias a ellas, los desarrolladores podremos hacer dibujos complejos, aplicaciones gráficas del nivel del juego Quake II, vídeos o programas web que guarden datos en nuestro ordenador. Y soñar con un mundo en que jugar a Farmville no cuelgue el maldito Firefox.

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