El renombrado experto en autismo Simon Baron-Cohen, profesor en Cambridge y primo del famoso cómico, realizó un estudio en el que expuso a recién nacidos las imágenes de una cara y de una cosa mecánica y midió el tiempo que empleaban en mirar uno u otro. El resultado: las niñas miraban más a la cara y los niños al colgante. Con un día de vida. Sin posibilidad, por tanto, de que hubieran sido socializados para someterse a unos roles de género determinados por el malvado heteropatriarcado.
Esto no quiere decir que la razón por la que los hombres solemos secarnos tras un baño en la playa frotándonos con energía y las mujeres arropándose esté necesariamente en la biología. Pero sí que existe cierto consenso científico en que hombres y mujeres somos diferentes no sólo físicamente, también psicológicamente; que esas diferencias son en parte debidas al entorno y en parte a la biología y que, eso sí, existen muchas discrepancias sobre el volumen de esas diferencias y en qué porcentaje son debidas a cada causa.
Claro está, el hecho de que en general los hombres sean mejores en esto y las mujeres en aquello no nos dice nada sobre cada uno de nosotros, individuos irrepetibles con nuestro propio compendio de intereses, aptitudes y rasgos de personalidad. Estos estudios son estadísticos e investigan diferencias entre grupos. Pero si los hombres están más interesados en las cosas y las mujeres en las personas no nos debería resultar extraño que los primeros sean mayoría en ingenierías y ciencias duras y las segundas en medicina o psicología. Es el resultado que cabría esperar de no haber ningún tipo de discriminación sexista en ninguna dirección.
James Damore, que tiene un máster en Biología de Sistemas por Harvard, publicó en julio su ya famoso memorándum en un foro interno de Google donde los trabajadores discuten sobre todo tipo de asuntos, y donde de hecho hubo una discusión sobre el mismo en la que participó la vicepresidente de Diversidad. Algún compañero, por llamarlo de alguna manera, lo filtró hace unos días a Gizmodo, que lo publicó eliminando todos los enlaces que contenía a artículos científicos y de divulgación con los que respaldaba sus opiniones y eliminando algunas gráficas, especialmente una que explicaba gráficamente –claro– por qué las diferencias entre grupos no nos dicen nada. Por razones periodísticas, seguro. Y ha sido despedido no porque la ciencia esté más o menos de acuerdo con tal y cual afirmación del texto, sino porque era una herejía contra la Verdadera Fe Progresista, que dicta que toda diferencia entre grupos es debida a la discriminación, pese a que no existe ninguna sociedad humana en la historia en la que sus distintos grupos hayan estado igualmente representados en las diversas facetas de la vida.
Leído y entendido el texto original (en inglés con los enlaces y un buen resumen en español), no se entiende la reacción furibunda en su contra. Los críticos no se han dignado rebajarse a contestar a sus afirmaciones y se han rebozado en su propia indignación moral. En España se le ha calificado casi unánimemente de "manifiesto machista" (El País, ABC, Expansión, Marca, etc.). Pero cuando se ha preguntado a especialistas le han puesto buena nota, aunque alguno le haya criticado que dé demasiada importancia a diferencias entre sexos que son relativamente pequeñas.
Todo cambia si lo miramos en términos religiosos. Porque todos tenemos nuestro suelo sagrado, aquello en lo que no admitimos discrepancia, o burla, porque son ideas y visiones demasiado implicadas en nuestro yo. No debemos llorar por Damore: ofertas de trabajo tiene y no me extrañaría que ganase su anunciada demanda contra Google por despedirle por razones ideológicas. Pero sí temer que quizá los resultados de búsqueda no sean fruto de un algoritmo políticamente neutral, que los vídeos recomendados de YouTube o los que aparecen en portada tengan un sesgo ideológico de izquierdas. Que el partido esté amañado, en suma, porque para los jefes de Google no se trata de meras diferencias de opinión, sino de la lucha entre el Bien y el Mal. Y contra el Mal no puede haber medias tintas.