Buscando en Google me asaltaron dos titulares contrapuestos sobre la composición sexual del nuevo Gobierno de PSOE. Uno reflejaba la realidad pura y dura: Sánchez pasa de la paridad: de los 17 ministros, 11 son mujeres y seis hombres. El otro era el políticamente correcto y por tanto será previsiblemente el mensaje que quede, pese a ser falso: El Gobierno de Pedro Sánchez bate el récord de paridad en Europa. Que el Gobierno no es paritario es fácil de comprobar: hagan el experimento mental de cambiar de sexo a todo el Consejo de Ministros y piensen qué dirían los guardianes de las esencias feministas. Y es que la paridad la entiende todo el mundo o como un fifty-fifty o al menos algo que se le parezca mucho, sobre todo si hablamos de un número impar.
Bajo ese criterio, este Gobierno no es paritario, pero a nadie le parece mal porque las mujeres son mayoría. A quienes no somos sexistas también nos parece bien, porque no contamos genitales a la hora de evaluar ni a las personas ni a los Ejecutivos. El problema es el de siempre, que para muchos las palabras "paridad" o "igualdad" son vías de un único sentido, y consisten en la promoción artificial de las mujeres en detrimento de los hombres. Es la mal llamada discriminación positiva, que siempre es negativa para alguien. Un 80% de ministras sería paridad; un 80% de ministros no. El primero sería un avance en pos de la igualdad; el segundo rancio machismo. Un porcentaje de mujeres inferior al 40% es inaceptable y prueba que la mujer está discriminada; un porcentaje de hombres inferior al 40% es perfectamente normal porque la discriminación de género sólo afecta a las mujeres. Un perfecto razonamiento circular.
Al final, todo se reduce a lo que entendamos por igualdad. La idea de la paridad como algo positivo parece surgir de la convicción de que, en ausencia de discriminación, la composición habitual de cualquier Gobierno o de cualquier Parlamento estaría repartida por igual entre hombres y mujeres. Pero esa representación equitativa ideal que se da por sentado como lo natural no se ha dado jamás en ningún ámbito, ni entre hombres y mujeres, ni entre distintas etnias, culturas o incluso naciones. No hay dos grupos humanos distintos que hayan tenido la misma representación ni participación no ya en gobiernos sino en cualquier otro ámbito de la vida. Resulta absurdo dar por sentado que algo es lo normal, lo natural, cuando no ha sucedido nunca.
Las razones son múltiples, y aunque la discriminación esté entre ellas, hay demasiados factores como para dar por sentado que todo lo que no sea paritario es discriminatorio. En la Sudáfrica del apartheid, por ejemplo, los negros eran mayoría en algunas profesiones en las que estaba prohibido contratarlos. La representación no era equitativa... pero a pesar de la discriminación. ¿Cómo explican eso quienes sólo encuentran esa causa para cualquier disparidad? James Damore intentó apuntar a otras posibles causas en el caso del porcentaje de mujeres contratadas por Google, y como siempre que alguien intenta explicar con algo de lógica y base científica asuntos tan emocionalmente cargados como éste, se le echaron encima, fue despedido y su texto pasó a conocerse popularmente como "memorándum machista", sin más. En el caso que nos ocupa, quizá la métrica más sensata para ver si un Gobierno del PSOE tiene una distribución entre sexos natural, sin que haya mediado discriminación ni positiva ni negativa, sería compararla con la división de sexos entre su militancia. Lo cual nos daría una visión un poco distinta, porque el 65% son… hombres, no mujeres.
Parece probable que el número de mujeres, como casi todo en este Gobierno de Sánchez, haya sido decidido por motivos propagandísticos y electorales. Al fin y al cabo, a las feministas les parecerá bien y a quienes no lo somos nos da igual. Pero no deja de ser curioso que la ley de cuotas codificara la paridad para las listas electorales como un máximo de un 60% para uno de los dos sexos y este gabinete supere ese porcentaje. Si la norma se aplicara al Ejecutivo este Consejo de Ministros sería ilegal, lo cual nos dice todo lo que hay que decir sobre las leyes de cuotas. Mientras, a quienes nos da igual el sexo alabaremos a Nadia Calviño por su currículum y criticaremos a Carmen Calvo por Pixie y Dixie. Al menos hasta que empiecen a hacer algo y nos obliguen a rectificar.