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Daniel Blanco

Un partido indigno del Atlético

Que la pesadilla de este sábado en El Molinón no se vuelva a repetir. Es indigna de este club.

Es este Atlético un equipo fiable para sus seguidores, rocoso, enganchado a un fútbol lejos de lo preciosista pero muy cercano a la efectividad. En los últimos tiempos las alegrías son mayores que las penas a la orilla del Río Manzanares. Es este equipo segundo en la Liga compitiendo hasta la extenuación con los rivales más poderosos. Es Simeone un técnico ejemplar que ha fabricado un ejército de soldados absolutamente fiel a su líder. Así es este Atlético, que va detrás del Barcelona en la Liga y que le competirá en cuartos de final de la Champions una eliminatoria grandiosa.

Pero, precisamente por eso, por la fiabilidad que ha demostrado este club, por la rocosidad siempre en sus encuentros, extraña que, de vez en cuando, realice partidos absolutamente impresentables como el que firmó este fin de semana en Gijón. No fue el Atlético de siempre. Para ser más certero fue un Atlético patético, rácano. Fue el Atlético que nunca ha aparecido en Liga porque, siendo defensivo muchas veces, un bloque conjunto, lo que se vio en El Molinón este pasado sábado fue un bochorno para los seguidores. Con un tiro a puerta, y de falta directa, en todo el partido y sin presencia en ataque. Lo malo es que no había muchos cambios. Los jugadores eran prácticamente los mismos de siempre.

Lo que cambió fue la forma de ser del equipo, pertrechado atrás de una manera descarada ante el penúltimo de la Liga. Con la línea defensiva de cuatro más o menos habitual (se puede considerar que Gámez, en lugar de Juanfran y Lucas, por Godín, sin ser habituales, pueden ser aptos para este equipo), con Kranevitter y Saúl en el doble pivote, con Koke en una labor más de contención que de creación -raro-, con Correa perdido y con dos balas arriba pero desenganchadas de sus compañeros. Griezmann y Vietto no aparecieron más que para forzar, uno, y convertirla, el otro, la falta que supuso el gol rojiblanco.

Pero fuera de eso lo que pareció raro fue la segunda parte. Más allá de sistemas, Simeone decidió no jugar a nada. Destruir todo lo que pasaba cerca de Oblak y no proponer. Esperar a que el partido terminara. Lo hizo un pelín más descarado que otras veces. Porque, no nos engañemos, este partido lo ha hecho el Atlético miles de veces, pero esta ocasión fue demasiado. Fue cruzar la línea en exceso. Fue lanzar una moneda al aire y que saliera, milagrosamente, cara. Fue despreciable con el espectador imparcial que mantiene una paciencia infinita con algún partido rojiblanco. El televidente colchonero está encantado, aunque, a veces, dudo que con esta clase de pesadillas, los rojiblancos estén contentos.

Pudiera quedar la duda de la paliza física del otro día ante el PSV en la Champions, pero no. Si observas el partido con detenimiento no hay síntomas de fatiga en ningún momento. Es más, si la hubiera, seguro que Simeone se hubiera dado cuenta y, lejos de eso, repitieron ocho jugadores del día de la sufrida clasificación europea. Por encima queda el mensaje del técnico. Juanfran por Vietto, Torres por Griezmann, Gabi por Correa. Son cambios para mejorar el aspecto defensivo, lícito, pero incomprensible dado el rival y las urgencias que había el sábado en El Molinón.

Nos queda la esperanza de lo que ha sucedido otras temporadas. Que tras partidos de este estilo, se ha visto otro Atlético, el mismo de casi siempre. El que quieren ver sus seguidores, y los demás. Porque este equipo ha firmado actuaciones memorables. Aquel derbi ante el Madrid (4-0) el año pasado o encuentros de este mismo año. Aquella primera parte en el Camp Nou, ese partido en Valencia de hace dos semanas. Eran los mismos. Que la pesadilla de este sábado no se vuelva a repetir. Es indigna de este club.

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