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Daniel Blanco

Luis Enrique, mejor que acabe ya

La recta final de temporada se le está haciendo larga al Barcelona. La falta de fondo de armario le cuesta cara al conjunto azulgrana.

La recta final de temporada se le está haciendo larga al Barcelona. La falta de fondo de armario le cuesta cara al conjunto azulgrana.
Luis Enrique, cabizbajo durante el partido del Barcelona en Turín. | Cordon Press

Habían pasado unos cuarenta y cinco minutos de la victoria del Barcelona ante la Real Sociedad, una nueva muestra de la bipolaridad que vive este equipo este año. Bien en ataque, mal en defensa. Bien en la primera parte y deplorable en la segunda. Luis Enrique había tenido tiempo para analizar una nueva verbena de su equipo que había acabado en victoria de milagro. Se aposentó delante de nuestro compañero de Movistar Plus Ricardo Sierra preparado para la tortura psicológica que para él suponen los periodistas. Sólo estar ante ellos le quitan al asturiano años de vida.

Hubo varias respuestas al más puro estilo Lucho, bordes, prepotentes, irascibles. Todo parecía hasta normal porque se ha llegado al punto de asumir ese comportamiento de un hombre tradicionalmente maleducado, malencarado, que siempre desconfía de lo que tiene alrededor, a no ser de su círculo más íntimo. Tras esas tres o cuatro respuestas "normales", llegó la traca. Ricardo le preguntó sobre Iniesta y André Gomes y si tenía más confianza ahora en el portugués. "Esa pregunta es propia de buscar algo que no hay, típico en vosotros" aseveró Lucho. A lo que el periodista contestó "Sólo pregunto, eh?. El asturiano le contestó "Esa pregunta es ridícula, sólo formularla, es ridícula"

Luis Enrique está agotado. En descarga de él podemos decir que el tercer año en un equipo grande es la muerte, es luchar contra todo en una batalla sin fin por continuar con tu camino sin influencias externas. De verdad, entiendo eso. Pero lo que no entiendo es la deriva emocional que ha terminado con el asturiano. Ha ganado ocho títulos, también ha tenido los mejores jugadores. Siempre la eterna discusión de un entrenador en un equipo de superélite. El mérito es gestionar vestuarios, egos, relaciones personales, pero nunca ganar, porque vencer se presupone en estas plazas.

Ha intentado ganar Luis Enrique varias guerras en estos tres años y perdió la mayoría. Perdió la batalla por su autoestima y por imponer sus decisiones en favor de Neymar y Messi que fueron suplentes un día en San Sebastián y aquello acabó como acabó, con una reunión entre todas las partes que decidieron darse una tregua. Eso sí, la tregua consistió en que, en la medida de lo posible, Messi fuera suplente cuantas menos ocasiones, mejor.

Perdió Luis Enrique el partido de las relaciones personales con algunos jugadores. Bravo salió escaldado, Aleix Vidal no es su mejor amigo. Rakitic y Jordi Alba no hablan demasiado bien en círculos internos de la forma de ser de su mister. El asturiano asumió, incluso, que algo iba mal el día que, tras ganar al Sevilla dijo en rueda de prensa. "Éstos, al saber que me voy, ya vuelan". Algo falla.

Ahora, a mes y medio de que termine su ciclo, Luis Enrique está ante una tesitura enorme. Ya anunció que se tomaba un año sabático, pero eso es peligroso tras entrenar a todo un Barcelona. La sensación es que nunca llegará a más porque demostró poco a nivel táctico, quizá alguna decisión de estilo, algún retoque para hacer al Barcelona más veloz, más imprevisible, más aficionado a la contra despreciando algo el medio del campo.

Pero a Lucho no se le recordará por decisiones que cambiaron un partido, ni por chispazos tácticos que ayudaron al Barcelona a ganar. Seguramente se le recordará por lo contrario, por decisiones algo dudosas y, algunas veces caprichosas, que sí han podido lastrar al equipo. Pero son decisiones respetadas siempre, buenas, malas, regulares, pero respetadas. Lo que nunca diré, Lucho, es que alguna decisión es ridícula. Cómo tampoco lo es la pregunta de ningún compañero.

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