Pep Guardiola se giró hacia Tito Vilanova y le dijo: "Esto sí que es un fallo". Se refería el técnico a la amarilla que acababa de recibir Carles Puyol, el gran capitán, en el partido de ida de aquella eliminatoria histórica. Al Barcelona le estaba costando Dios y ayuda doblegar a un rocoso Chelsea, un equipo moldeado por el holandés Guus Hiddink y que estaba siendo un dolor de cabeza. A la falta de gol de la ida se sumaba la baja de Puyol en la vuelta. Guardiola no lo veía claro.
Por eso, para el partido de Londres, el 6 de mayo de 2009, y tras el 0-0 del primer choque, el entrenador del Barcelona situaba a Yaya Touré de central. Para aquel partido pensó en otra cosa, obligado por la baja de Henry; que Iniesta jugara adelantado. Así quedaba una posición en el medio para situar a Keita al lado de Busquets. Pero todo se torció con el disparo tremendo de Essien a la escuadra de Valdés. 1-0 a los nueve minutos. De nada valía ya lo ensayado.
No jugó bien el Barcelona aquel día, agarrotado por los nervios, en el partido más impreciso de esa temporada, uno de los peores de la era Guardiola. Cuatro días antes el equipo culé había pulverizado a su eterno rival en un majestuoso partido en el Bernabéu (2-6) pero esa noche, en Londres, nadie encontraba su momento.
Lo curioso es que Guardiola lo veía con calma en el banquillo. No movió nada de su esquema y a ninguno de sus jugadores. Hasta el minuto 86 en el que metió a Bojan en el campo. Para entonces el equipo jugaba ya con diez por la injusta expulsión de Abidal y no había tirado a puerta en todo el partido, lo más increíble de todo. Hiddink le estaba ganando la partida a su manera a Guardiola. El holandés estaba venciendo.
Hasta el famoso minuto 94. Iniesta con un derechazo inapelable realizó el primer tiro de todo el partido para los suyos. Un tiro que valió la gloria para el Barcelona, el pase a una final de Champions, impensable diez segundos antes. Fue entonces cuando Guardiola metió a Gudjonsen y Silvinho en el campo, pero ya el trabajo estaba hecho.
Del encuentro quedan muchas cosas. Las víctimas por el camino. Puyol mordiéndose las uñas en la grada, Alves que vio la amarilla y, resignado, aguantó como tiene que aguantar un profesional pero sabiendo que la final, aunque se consiguiera, no la iba a disfrutar. Pero del brasileño fue el arranque de rabia de la última jugada del partido, la última bocanada de aire, que acabó de cara para los blaugrana.
Queda para el recuerdo la actuación del noruego Ovrebo. Tengo que decir que si se ven los dos partidos de la eliminatoria ambos equipos son perjudicados. Y puede que gravemente en los dos casos. En la ida el alemán Stark no pita un clarísimo penalty de Bosingwa a Henry y le perdona la segunda amarilla, clara, a Ballack. En la vuelta, el noruego no pita un penalty flagrante por mano de Piqué (sólo uno, que hay gente diciendo que hubo hasta seis), pero no es menos cierto que Abidal es expulsado por una falta inexistente y que Ballack comete una pena máxima en la primera parte por mano.
Hubo mucho de conspiración, propia de elementos extraños al futbol y que habría que desterrar. Hubo muchos que quisieron emborronar la Champions del Barcelona, pero lo cierto es que aquel equipo empezó a marcar un hito. Quizá el éxtasis de su fútbol vino dos años más tarde, en 2011 pero esa noche comenzó a dibujarse algo. Y todo gracias a un pequeñín de Albacete.