Cuentan que perdió gran parte del día en convencerle, en tratar de que asimilara todo lo que le quería contar, que diera rienda suelta al talento, pero desde una posición que no era su habitual. La confianza plena que Pep Guardiola tenía en Seydou Keita iba más allá de lo razonable. Y aquella mañana, en Roma, en un hotel paradisiaco lejos de los focos mediáticos, al técnico se le estaba haciendo complejo convencer a su querido jugador que por la noche actuara de lateral izquierdo en la final de la Champions.
Cuentan que Keita le dijo que no, que tardó pero que le tuvo que decir al técnico que no podía, que no estaba capacitado, que no iba a aportar mucho en esa posición. Que prefería quedarse en el banquillo antes que lastrar a su equipo. Tres semanas antes, en Londres, la noche del gol milagroso de Iniesta, tras la alegría desmesurada del pase a la final, Guardiola empezó a preparar el puzle que le tocaba recomponer esa noche en el partido decisivo. Alves había visto la amarilla que le hacía perderse la final y Abidal había sido expulsado.
Había que rehacer la defensa entera. Había que encontrar un lateral derecho en condiciones y Guardiola tiró de Puyol. Como Carles se iba a la derecha había que acompañar a Piqué en el rol de central y el técnico optó por Yaya Touré. Quedaba el lateral izquierdo y la labor de convencimiento había empezado en Barcelona, dicen, que con charlas eternas para que Keita dijera sí. Pero el maliense no se veía y le empezaba a entrar el agobio.
Poco antes del partido desistió Guardiola que le dijo a Silvinho (mucho más normal y natural) que sería él quien jugara de inicio. Porque lo demás lo tenía claro el míster. Busquets, Xavi e Iniesta en el medio y Eto’o, Messi y Henry arriba. Era el último servicio que le iba a hacer el camerunés a Guardiola, aunque ni mucho menos al fútbol. No obstante Eto’o fue campeón aquella noche y el año siguiente con el Inter de Mourinho.
La final ante el Manchester United de Ferguson, actual campeón, no fue fácil. El equipo inglés empezó atacando pero se trastocó con el gol del delantero azulgrana que abrió el marcador a mediados de la primera parte. Siguió insistiendo el United, merecedor de un mejor resultado durante buena parte del partido. Hasta que Messi hizo el segundo y el Barcelona empezó a tocar y dormir el choque. Este era el estilo que a Guardiola le llevó al éxito. El triplete de ese año vino acompañado luego por los títulos ganados meses después, propios de haber salido triunfador de los anteriores. Supercopa de España, de Europa y el Mundial de clubes.
Aquella final del 27 de mayo de 2009 fue el último partido de Cristiano Ronaldo con el United, ya fichado según muchos por el Madrid. Poco después, el club blanco lo hizo oficial y a principios de julio Ronaldo fue presentado en el Bernabéu. El portugués estuvo mejor al inicio del encuentro, algo desaparecido al final, pero fue el mejor de ese equipo, un brutal portento físico que volvió, ya sin él, a una final dos años después, también ante e Barcelona y volvió a salir derrotado.
La final de Roma fue uno de los momentos culminantes de este Barcelona, histórico luego durante los dos años siguientes. Fue la final de Messi y Eto’o, la de Iniesta que llegó entre algodones tras una lesión muscular quince días antes. Era el tercer percance serio del manchego en la temporada. Llegó de milagro a la capital italiana pero jugó infiltrado, se resintió y no pudo acompañar a España en la Copa Confederaciones.
Pero, por encima de todos, fue la final de Keita, que salió en el minuto 72 para suplir a Henry. Tuvo su protagonismo tras la charla con Guardiola. Una charla en la que se resistió a hacerle daño al equipo. Pocas veces un jugador habrá hecho entrar en razón a un técnico. Se hizo fuerte ante la terquedad de su jefe. No veía esa posición. No tenía recorrido ni fuerza. Aquella idea de Guardiola no podía salir bien.