Sólo se oía su llanto en el hotel. Frank Rijkaard le acababa de comunicar a un jovencísimo Andrés Iniesta que se quedaba fuera de aquella final. Esa noche, en el Stade de France de París, Arsenal y Barcelona jugaban una final inédita de Champions, ilusionante para un chaval como Andrés, que había tenido protagonismo aquel año con el técnico holandés. Pero esa noche le reservaba algo especial. Muy duro no salir de inicio, pero reconfortante hacerlo en el descanso, acudir al rescate de un equipo roto por los nervios, para arreglar el desaguisado y voltear el marcador en contra.
Lo explicó muy bien luego Iniesta en La jugada de mi vida, la biografía del genio de Fuentealbilla escribieron los periodistas Marcos López y Ramón Besa. "Ese día fue como una puñalada. No por Frank, él hizo la alineación, pero consideré que podía jugar, que debía estar allí". Luego, con 0-1 al descanso, Rijkaard tuvo que cambiar el devenir de un encuentro que se torcía. Metíó al manchego en el campo. Cuentan que en el vestuario le dijo a Andrés: "Es posible que tuvieras que haber salido antes, pero no me lo tengas en cuenta". Y el futbolista le guiñó el ojo a su entrenador.
La historia de aquella gran final se cuenta en varias instantáneas. La expulsión de Lehman, el portero alemán del Arsenal, en el minuto 16 de partido; la salida de Pires del campo, el gol de Campbell con diez jugadores. El Arsenal ganando al descanso. La huida hacia delante de Rijkaard con Iniesta y con Larsson en lugar de Edmilson y Van Bommel. Todos al ataque desguarneciendo la defensa. En esa idea de partido, tuvo Henry la sentencia en un mano a mano con Valdés, milagrosamente salvado por el arquero.
Todo se redujo a quince minutos de locura. Los goles de Eto’o y Belleti (que había salido al campo por Oleguer), la remontada épica de un Barcelona que aprovechaba su ocasión. Un equipo moldeado por un técnico que empezó a crear el modelo que luego culminó Pep Guardiola. Criticado duramente dos de los cinco años que estuvo al cargo del club (el primero y el último) pero elogiado en esta temporada que nos ocupa. Ese 2006 renace la filosofía Cruyff, algo perdida con Robson, Rexach y Serra Ferrer y no encontrada del todo con Van Gaal.
Aquella noche en París, sin Xavi, lesionado, el Barcelona se agrupó en el medio campo y jugó a lo que no jugaba todo el año. Casi le cuesta caro al equipo pero supo reaccionar en la segunda parte. Años después le preguntaron a Rijkaard por la expulsión de Lehman y por jugar 75 minutos contra diez. El holandés, siempre socarrón y algo tímido, apeló a la injusticia en aquella acción arbitrada por el noruego Terje Hauge. "Esa jugada acaba en gol y el árbitro pita para expulsar al portero. A mí dame siempre un gol a favor en una final y deja al equipo contrario con los once". Esa reflexión, no exenta de verdad, se ratificó con el partido que planteó el Arsenal a partir de ese momento. Encerrado y saliendo de vez en cuando con Henry a la contra.
Aquella mágica noche en la capital parisina fue la del Barcelona, la de la culminación de una obra. Fue la noche de Belleti, sorprendente protagonista. Pero también fue la noche de Iniesta, de su segundo tiempo manejando al equipo, la de sus lloros desconsolados al saber la alineación. Ese 20 de mayo siempre será agridulce en el recuerdo del manchego.