El expresidente Zapatero es un caso. Fue un caso de mucho cuidado y ahora es un caso de irrelevancia. Cuando habla, que habla poco y eso hay que agradecerle, no le prestan atención ni los suyos, que le deben dos triunfos electorales, pero le achacan las consecuencias. Hasta tal punto no es ya nadie el expresidente que su reaparición en la tele, en la cadena que distinguió con sus favores, ha merecido más comentario en las secciones de crónica televisiva que en las páginas políticas de la prensa. Esto es muy revelador. No de eso que suele decirse sobre la crueldad de la política, sino de algo más específico: Zapatero es una etapa que muchos desean borrar.
El problema del borrado es que las criaturas de Zapatero siguen ahí, las criaturas políticas, me refiero, que naturalmente no fueron solo suyas, sino del PSOE en pleno. Porque nadie, salvo la actual dirigente de UPyD y algún otro menos vistoso, se marchó dando un portazo. Y el celebrado revisionismo de Susana Díaz, que le lanzó una saeta roma por lo del estatuto catalán, es tan oportunista como inane. Igual fue por ello, vaya usted a saber, que Zapatero volvió a vindicar aquella criatura suya en la entrevista que le practicó la intensa Ana Pastor.
Como una cree en la importancia de las palabras, al contrario que el expresidente ("Las palabras deben estar al servicio de la política, no la política al servicio de las palabras"), pondré las suyas tal como las transcribe la cadena Sexta en su web:
Me parece fundamental que haya un proceso de diálogo y que recuperemos aquel terreno que se ha abierto en la diferencia. En esta etapa, en mi opinión, tiene que ver, después de la aprobación del estatuto y la ratificación por parte del pueblo del estatuto de Cataluña.
Capisci? ¿No? Las quejas, al maestro Zapatero. O a la cadena, si no ha reflejado fielmente las palabras, siempre al servicio de la política, del ex. También dijo que "España necesita y quiere a Cataluña" y que "Cataluña necesita a España", o sea, aunque no la quiera. Y que el asunto capital es "recuperar los afectos", cosa ésta, la sentimental, que siempre fue asunto capital de ZP. En fin, por abreviar, lo que propuso nuestro hombre es cambiar la Constitución para que encaje en ella aquel estatuto de Cataluña que impulsó el PSC de Maragall, que a él se le antojó genial idea y que salvó in extremis en sesión nocturna con Artur Mas.
Quítense unos ingredientes aquí y allá y tenemos un crecepelo idéntico al que vende ese partido suyo que le ningunea. El PSOE de Rubalcaba ya no menta el estatuto, porque es como mentar al muerto, pero propone una reforma de la Constitución que dé a Cataluña exactamente lo que la criatura de ZP no pudo darle. Siguen los socialistas encerrados con un solo juguete, por decirlo con el título de Marsé. No aprenden de la experiencia. Ni siquiera cuando al final de la aventura hay un PSC al borde de la extinción.