Si no recuerdo mal, fueron los socialistas quienes insistieron en que la campaña electoral en ciernes no debía de convertirse, de ningún modo, en una batalla sobre cuestiones diferentes a aquellas llamadas a dirimirse en las urnas. Querían que se hablara sobre las aceras, los jardines, las papeleras, los carriles bici, los guardias urbanos y otros graves asuntos que inquietan a los sufridos habitantes de pueblos y ciudades y, en el caso de las autonómicas, quizá de alguna cosa de mayores dimensiones, pero siempre del mismo orden peatonal, siempre a pie de calle. Todo ello, naturalmente, a fin de evitar una espantosa desviación, a saber, que unos vulgares comicios municipales se transformaran, a la manera de aquellos de 1931, en un plebiscito sobre –y contra– el Gobierno de Zapatero. Hasta el presidente anunció su retirada para conjurar ese voto de castigo.
Por unos instantes, los socialistas se apropiaron de ese mantra tan caro al Partido Popular –y que tan caro le sale– que dicta ceñirse a "los problemas que preocupan a los ciudadanos". Pero pronto volvieron a demostrar que su labor primordial es, por contra, conseguir que los ciudadanos se preocupan de los problemas que convienen al partido. Y, en este difícil trance, lograr que sus votantes, como en el anuncio aquel, no les abandonen. De ahí que el gran empeño del socialismo sea ahora semejante al del médico Paulov y traten de reproducir los estímulos que provoquen en los electores el deseo irrefrenable de votarles. El galeno ruso observó que sus perros salivaban al oír una campanada cuando habían asociado ese sonido a la llegada de la comida. A juzgar por la precampaña, en el PSOE piensan que sus votantes acuden con su papeleta entre los dientes en cuanto escuchan ¡la derecha!
El reflejo pavloviano es, al parecer, más fuerte si la secuencia incluye ¡extrema derecha! Por ello, la lección que daba, el otro día, Marcelino Iglesias. ¿Por qué los fachas no tienen aquí un partido propio?, se preguntaba el politólogo. Y se respondía: por la sencilla razón de que ya tienen su nido en el PP. Simple y a la altura. No sé si la idea de sus electores que revelan tener los publicitarios de Ferraz es realista, pero desde luego no resulta halagadora. Piensan que lo único que aún puede inducirles a votar al PSOE es la aversión a la derecha, que sólo el odio político los estimula. Los tratan como a animalitos.