El partido Ciudadanos vuelve a estar en el ojo de la tormenta. Vuelve, porque estar ahí es un riesgo habitual de su condición. Desde su salida a la arena política nacional, es difícil encontrar períodos en que no se le reprochara que hace lo contrario de lo que debería hacer. Igual cuando hizo un pacto de investidura con el PSOE, que no salió, que cuando lo hizo con el PP, y sí salió. Lo mismo en muchas otras ocasiones. Se puede decir que todos los partidos decepcionan, frustran y cabrean a votantes propios y ajenos. Es así. Pero aquellos que cruzan las fronteras ideológicas en algún momento, y en ambas direcciones, son los que atraen mayores descargas de indignación cuando su peso es decisivo para inclinar la balanza. Si no son decisivos, lo que hagan, obviamente, poco importa.
La bisagra tiene ese problema. Y alguno más. Pero ése, seguro. Si haces de bisagra con el centroderecha, te va a caer la del pulpo desde la izquierda. Si lo haces con el centroizquierda, espera el mismo trato desde la derecha. Un partido de intersección va a provocar más descontento que contento entre quienes tienen preferencias políticas claras, definidas y más o menos estabilizadas. Lleva una indefinición y una impredecibilidad que molestan y que también son difíciles de gestionar. Tanto, que Rivera intentó que su partido dejara de estar en esa posición problemática. El resultado es conocido. Su ambición de trascenderla, y de ocupar el sitio del PP, acabó en un sonado fracaso. De forma mimética, fracasó el intento de Podemos de reemplazar al PSOE, aunque los de Iglesias terminaran pagando menos cara su ambición de sorpasso.
Por su rechazo al separatismo catalán, y por extensión al nacionalismo, Ciudadanos conquistó de entrada la simpatía del electorado del PP, cuando éste aún no tenía un rival como Vox. Ahí cuajó la idea de que era una rama desgajada que había que injertar en el tronco del PP para conseguir la ansiada unidad frente a la izquierda. El partido naranja nunca se identificó con la tradición conservadora, pero eso no parecía importante. Si acaso, hilando más fino, se le veía como un partido boutique. Allí podías encontrar algunos productos especiales, más raros, más sofisticados, más a medida y menos prêt-à-porter que en el gran almacén, pero con el mismo sello, del mismo estilo, de la misma fábrica. Era un espacio boutique en el centroderecha, y únicamente ahí. De todo esto se infería que Ciudadanos tenía que apoyar en todos los casos y ocasiones al partido mayor.
Muchas vueltas se le han dado a la cuestión de si una fuerza política que unas veces está con unos y otras veces con otros puede contentar a alguien. Lo único evidente es que no va a contentar a la vez a los que quieren que esté siempre con el PP contra el PSOE y a los que esperan que esté siempre con el PSOE contra el PP. La dificultad de fijar una posición propia está precisamente en eludir esos términos. En evitar aparecer como un peón de uno de los dos grandes partidos. De ahí que en el debate sobre la nueva prórroga del estado de alarma Edmundo Bal subrayara que su voto no era "un voto a favor de un Gobierno". El matiz se perderá, tal como está la discusión. Ya no se sabe si los diputados discuten cuál es el instrumento legal adecuado para limitar la movilidad o si discuten que haya que limitarla. La impresión panorámica es que estamos ante la discusión de siempre: o a favor o en contra del Gobierno. La disyuntiva de la que Ciudadanos se ha querido desmarcar.