Museos, fundaciones e instituciones del mundo democrático ya saben qué es lo que pasa si invitan al presidente de la autonomía catalana a alguno de sus actos. El tal Quim Torra va a aprovechar sus tribunas para atacar groseramente a España y su democracia con el ruidoso acompañamiento de una claque de chalados, tal como sucedió en el Smithsonian, en Washington. Los hooligans del lazo amarillo demostraron allí, en una institución dedicada a la historia, la cultura, el arte y la ciencia, su falta de respeto a las normas de civilización más elementales, empezando por las de cortesía. Nada está por encima de su histeria y su berrinche.
Los breves vídeos que tenemos del incidente, puestos en las redes, increíblemente, por la jefa de prensa de Torra, son la prueba visible de la bochornosa conducta de los separatistas. Se les ve entregados al griterío de consignas y al cántico del himno como si aquello fuera un mitin de los suyos, mientras el resto de la concurrencia no sabe dónde meterse o dónde se ha metido. Y cuando habla el embajador de España en Estados Unidos y puntualiza mesuradamente algunas de las barbaridades de Torra, se ponen a abuchear como garrulos. Se marcharon de la sala, Torra incluido, montaron fuera el pollito –no en vano el amarillo– y luego trataron de entrar de nuevo, porque esta gente quiere, a la vez, actuar como una banda de gamberros y codearse con personas educadas.
El Smithsonian, que tuvo que pedirles a los inciviles amarillos que quitaran una pancarta de sus instalaciones, ha tomado una mala decisión después del incidente. Decidió cancelar los dos siguientes discursos previstos, tanto el del desvergonzado Torra como el del embajador Pedro Morenés. Esto significa atribuir idéntica responsabilidad en los incidentes al presidente autonómico que utiliza un acto para su agit-prop de tercera y al representante de España que responde a sus ataques con diplomacia y educación. Vistas las noticias de alguna prensa española, la interpretación aún es peor, pues dicen que Torra se limitó a lanzar sus "mensajes habituales" y así es Morenés el que parece que se salió del guion.
Hace tres años lo dijo un diputado de la CUP, Antonio Baños: "Para obtener la independencia hay que montar un pollo". No extrañó a nadie que lo dijera un cupero, pero aún habrá quien se extrañe de que individuos que parecen señores y señoras, como los antiguos convergentes, que visten formales y no en plan okupa, hagan exactamente lo mismo que una pandilla barriobajera. Pero eso es lo que hacen y es lo que van a hacer. Lo van a hacer en cualquier caso. Lo harán sobre todo en cualquier escenario internacional que puedan pisar. Y lo harán con más ínfulas, más engallados, más crecidos, si el actual Gobierno de España opta, como el anterior, por mirar para otro lado.
El presidente Sánchez dice que no quiere la confrontación, pero la va a tener, quiera o no, y, por rehuirla, a la confrontación sumará el oprobio. El hooliganismo separatista no parará hasta que Sánchez, en representación de España, se arrastre. Esta es su venganza y su revancha. El nuevo Gobierno no quiere enterarse de que pretenden humillarlo y que con tal de hacer daño están dispuestos a cosas que avergüenzan a cualquiera. La magia de las palabras que pretende obrar Sánchez con el supremacismo catalán ha empezado a mostrar sus efectos. El bálsamo del diálogo y del acercamiento de los golpistas presos no ha hecho más que estimular la fiebre amarilla.