Italia tiene muy ensayadas las crisis políticas y no dudo, por ello, de que será muy capaz de sortear la ingobernabilidad, esa ya legendaria condición del país, a la que abocan los resultados electorales. Por algo decía Montanelli que nadie sabe chapotear mejor entre las ruinas y el caos que los italianos. Pero otra cosa es la Eurozona y aún otra sus flancos más débiles, entre los que se encuentra España. No está el club del euro para ingobernabilidades ni para bromas, y si Grecia pudo ser el principio del fin, Italia puede ser el fin del principio: el fin del frágil equilibrio alcanzado tras un largo período de incertidumbre sobre la suerte de la moneda única. La continuidad de esa tregua pende ahora de cómo resuelvan en Italia el puzzle que ha salido de las urnas.
Es quizá el momento de preguntarse sobre el efecto placebo de la medicina tecnocrática que en Italia se empleó in extremis: cuando un Berlusconi del que ya nadie podía fiarse fue sustituido por un gobierno no elegido que presidió Mario Monti. No era el primero de esos experimentos allí, pero su excepcionalidad residía en una situación que amenazaba a la economía italiana, a la de otros países y al euro. Mal que bien, con más ruido que nueces, Monti hizo su trabajo y despejó el peligro inminente. El premio que ha recibido de los votantes no sólo es, como dice la izquierda, un bofetón a la política de ajuste. Muestra que un electorado enfadado con los políticos no quiere a un tecnócrata, cuando parecería lo más acorde con tal sentimiento. No. Antes prefiere a dos consumados comediantes como Berlusconi y Beppe Grillo. Y es por el sentimiento. Esos dos son más divertidos.
La solución tecnocrática no es tal, y ya pueden tomar buena nota quienes en España aún le sigan dando vueltas. Ni ésa ni otra. No se ha encontrado la forma de resolver la tensión entre la democracia nacional y decisiones supranacionales como las que adopta la Eurozona. Así las cosas, es tentador presentar las elecciones italianas como un triunfo de la huida de la realidad. Incluso como una victoria de la demagogia y el populismo. Algo muy del sur de Europa, se dirá. Error, porque en el sur se hace demagogia contra la austeridad y en el norte a favor de ella. Y hay populistas tan al norte como en Finlandia. Ahora bien, espectáculo no hay como en Italia. Lo avanzó Ennio Flaiano, escritor y guionista de Fellini: "Dentro de 30 años, Italia no será como la hayan hecho sus gobiernos, sino como la haya hecho la televisión". En una palabra: Berlusconi.