Pero ¿no se iba Carmena? Todo el mundo, en la noche electoral, vio una despedida. Vio a su lado a una Rita Maestre, la portavoza, con ojos de llorar. Vio detrás a Errejón, el cerebro del invento, con el semblante pétreo del que no sale de su asombro. Fue una despedida, pero en este mundo loco de la fragmentación no hay nada menos seguro que una derrota. Que sí, que, siendo la más votada como fue, Carmena asumió que no iba a ser otra vez alcaldesa de Madrid. Pero ya no. Porque el juego de los pactos parece aún muy verde, con lo que no aludo especialmente a Vox, aunque también. Dos noches y un día después, la que se despidió está de nuevo en la carrera. La faculta la norma, en municipios, de dar la alcaldía al número uno de la lista más votada en caso de que ningún candidato reúna la mayoría absoluta en una única votación. La impulsa esta sensación general de que todo está por hacer. El pueblo ha hablado coloquialmente; ahora hay que ponerle sintaxis. La del reparto.
Qué tiempos los del populismo. El populismo permanece en el discurso. Se le han encontrado primos, como el nacionalpopulismo. Quizá habría que incorporar el socialpopulismo. Sin embargo, el momento populista pasó, como pasan los estados de ánimo, sin dejar otra cosa que un rastro o una huella. "Haz que pase", decía el otro. Pero estamos en otro pasar. El populismo ha pasado y es pasado. La prueba es cuánto ha caído en desuso su terminología favorita. Aquella historia de la vieja política y la nueva política, por ejemplo. Toda la furia por los sueldos, los coches oficiales, las mamandurrias. Es pasado de tal manera que uno tiene que esforzarse si quiere recordar los términos y los asuntos que expresaban la santa indignación contra la política, los políticos, la casta y todos sus privilegios.
De la exploración de aquel instante convulso, ya arqueología, es oportuno extraer hoy aquello del reparto de sillones. Todavía se oye de vez en cuando. Aunque la búsqueda ratifica que se decía con más fuerza hace tres y cuatro años que ahora. Se decía, en cualquier caso, para negar, para denunciar, para asegurar que no, que de ninguna manera se iba a hacer esto o lo otro pensando en el reparto de sillones. Justo después de estas municipales y autonómicas, alguien, creo que Pablo Casado, garantizó que no iba a entrar en ningún "intercambio de cromos". No es exactamente el reparto de sillones, pero anda cerca. Es, digamos, el paso previo: los cromos llevan al sillón. Habrá que consultar con la cuenta @RAEinforma.
Pues claro que hay que repartir sillones. Por supuesto, habrá que intercambiar cromos. No hay nada intrínsecamente maléfico en llegar a acuerdos para decidir quién va a ocupar tal presidencia autonómica o tal alcaldía y a cambio de qué. El momento populista, con su rechazo a los sillones y a los cromos, lo habríamos desechado como una cosa ácrata o de comunas en otras circunstancias. Pero el grito contra los sillones era la fórmula de conexión con la oleada de desconfianza hacia los políticos, el modo de decirle al electorado: no todos los políticos son iguales y algunos somos tan diferentes que no queremos ningún cargo. ¿Entonces?
El coste de hacer populismo es alto. Son inevitables las contradicciones. Y haces lo fácil, que es denunciar desde fuera, en lugar de lo difícil, que es reformar lo de dentro. Lo malo o lo bueno, según se mire, es que ese coste está muy repartido. Pero ahora ya sí, ya se puede ir tranquilamente al reparto de sillones. Sin mala conciencia. Por los intereses de los ciudadanos, naturalmente. Cómo han cambiado las cosas que ni Carmena se recata y deja ver que lo que más le gusta en el mundo es el súper sillón de la plaza de Cibeles. Cuesta dejarlo.