Políticos y prensa dirimen estos días el asunto del Emérito, justicia aparte. Tiene el mayor interés escuchar lo que dicen porque al oírlos uno piensa que estamos en un país donde nunca ha habido, al frente de instituciones, gentes que cobraran comisiones, montaran sociedades opacas y tuvieran cuentas en Suiza. No es de extrañar que en ese país, que no es el nuestro, el presidente del Gobierno diga que lo del Emérito es "inquietante" y que las noticias "nos perturban a todos". Cómo no va a ser perturbador e inquietante si en ese país, que no es el nuestro, jamás ha estado la mitad de la clase política en el banquillo y en la cárcel por corruptelas de todo tipo. Es lo nunca visto.
El partido de los ERE dice que está tratando de salvar a la Monarquía de los efectos del tremendo escándalo –tremendo en un país que no fuera el nuestro–, pero lo cierto es que tanto el partido de los ERE como el partido de la Gürtel sólo tratan de salvarse a sí mismos. A fin de cuentas, son los partidos que han gobernado España. Y los que gobiernan no pueden no saber. Es imposible que no tuvieran ni idea de lo que hacía el Jefe del Estado. ¿Cuánto de lo escandaloso del Emérito fue consentido o alentado por ellos? No es por desplazar la carga, sino por distribuirla. Ya que hablan desde un país donde nunca ha habido corrupción, podían hablar desde un país donde se asumen responsabilidades.
Ni el PSOE ni el PP conocen ya a Juan Carlos I. Fíjense cuando les preguntan: no le mencionan. No pronuncian su nombre y a estas alturas están convencidos de que nunca le conocieron. Tanta campechanía para acabar así, como extraños en la noche. ¿Y qué dirá la mitad del Gobierno de lo que dice la otra mitad? Porque la mitad podemita ha expuesto cuál es la manera de desvincular a Juan Carlos I de Felipe VI. Sólo hay una manera, según la vicepresidenta tercera del Congreso, y es "un referéndum y la abdicación de Felipe VI". ¿Primero referéndum y después abdicación salga lo que salga? Entonces, referéndum para qué. Pero no han propuesto recurrir a la que Iglesias llama "la madre de la democracia", la guillotina, que viene a ser otra manera, tajante, de desvincular. Y con eso y un bizcocho, estarán contentos los socialistas.
Resulta del mayor interés ver cómo perciben los escandalizados las repercusiones de la corrupción. En el caso del Emérito tienen claro que afecta como un cañonazo a la Monarquía, tanto que puede –o debe– derribarla. Hay consenso en que es letal para la institución y no sólo para Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón. Pero si las corruptelas son de concejales, alcaldes, presidentes y consejeros autonómicos, ministros, etcétera, entonces ya no tienen tan claro que amenacen la supervivencia de las instituciones que representan. Dicen que la diferencia está en que un Rey no es cargo electo o en que es inviolable. Yo sigo sin verlo. El político corrupto no es inviolable, pero actúa como si lo fuera. Muchos se han presentado a elecciones con la corrupción a cuestas y han triunfado. No a pesar de la corrupción, sino con ella o por ella. Y a ver quién se atreve a reprochar al pueblo soberano que premie la corrupción en las urnas. Pero en el país escandalizado no ocurre nada de eso, y los electos pueden desviarse del recto camino porque ya están, para castigarlos, las urnas. Con el no electo no pasa, por lo que dicen que la monarquía sólo se sostiene en la ejemplaridad. No en la Constitución, sino en la ejemplaridad.
Uno escucha a los escandalizados y tiene la sospecha de que no saben qué es ni la Monarquía parlamentaria ni la ejemplaridad. Pero están, obviamente, en otro país.