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Cristina Losada

¿Por qué quiere ser presidente?

El ascenso de Podemos y de Ciudadanos y el naufragio de UPyD son indisociables de las personalidades proyectadas por sus dirigentes.

En 1979, poco antes de anunciar su candidatura a la presidencia de Estados Unidos, el benjamín de la familia Kennedy concedió una entrevista a la cadena de televisión CBS News. En ella, el periodista Roger Mudd le hizo una pregunta simple, básica, ingenua, diríamos, para nuestros parámetros: "¿Por qué quiere usted ser presidente?". Y Ted Kennedy, es cosa de verlo, se quedó congelado. Durante una decena de segundos, instante que es una eternidad en el medio audiovisual, no dijo nada. Silencio absoluto. Después empezó a hilar, no sin un titubeo inicial, una respuesta. Pero el mal estaba hecho. Ted no tenía claro por qué quería ser presidente y muchos sospecharon que en realidad no quería serlo.

Mudd dijo años más tarde que él no quería pasar a la historia como el periodista que acabó con las posibilidades presidenciales de Ted Kennedy. Pero su pregunta pasó. De hecho, acaba de regresar a la prensa norteamericana desde que Hillary Clinton anunció su candidatura. ¿Será capaz de dar una respuesta convincente a la pregunta, una pregunta que todos los candidatos, de modo directo o indirecto, han de contestar? Yo no lo sé, pero sí sé que en España no tendría que contestarla. Nadie se la haría. Seguramente no por falta de valor o voluntad. No procede en un sistema político como el nuestro y el de otros países europeos, en el que la columna vertebral son los partidos, y la personalidad del candidato, su carácter, su biografía, su historial, juegan un papel relativamente secundario. No es intrascendente el quién, pero importa más el qué. O importaba.

Con la decadencia de los grandes partidos, que no sólo es fenómeno español ni únicamente ligado a la crisis, aquella balanza se está inclinando hacia el otro lado. El peso decisivo se desplaza del partido a la persona: del platillo del qué al platillo del quién. Es sintomático, así, que la suerte de los partidos emergentes esté dependiendo en buena medida de la capacidad de seducción de sus líderes y de su capacidad para resultar antipáticos. El ascenso de Podemos y de Ciudadanos y el naufragio de UPyD son indisociables de las personalidades proyectadas por sus dirigentes, aun concediendo que la influencia de ese factor está sobredimensionada al tratarse de partidos recientes.

De confirmarse esa tendencia, los grandes partidos tienen mucha tarea por delante. Acostumbrados a otro contexto, les cuesta adaptarse a una situación que confiere mayor relevancia a la personalidad que al partido, y que está también relacionada con el traslado en masa del debate político, o lo que pasa por tal, a los platós de televisión. No es que ignoraran la importancia de los medios audiovisuales en la acción política, pero se especializaron en tratar de controlarlos. En otras democracias, sin duda en EEUU, el presidente acude con frecuencia a los medios, y a la televisión, a fin de convencer a los ciudadanos de la bondad de tal o cual decisión controvertida. En España, las charlas junto a la chimenea (Roosevelt) son excepción.

En fin. Si nuestra política se americaniza en el sentido descrito, si la personalidad y el carácter y el historial de un candidato adquieren un peso determinante, cabe esperar que algún día, algún periodista, le haga la pregunta simple, básica y un tanto ingenua: "Oiga, ¿y usted por qué quiere ser presidente?". Aunque bien podían preguntárselo ya mismo.

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