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Populismo: ¿las preguntas correctas y las respuestas erróneas?

El populismo más exitoso que tenemos en España es el que se plasma en el movimiento secesionista catalán.

En el muy necesario intento por analizar el ascenso del populismo en Europa, fenómeno que afecta tanto al Sur proclive a la corrupción política como al Norte prácticamente exento de esa lacra, está arraigando con fuerza la idea de que el populismo hace las preguntas correctas pero da las respuestas equivocadas. Esta sentencia recupera una antigua frase del socialista Laurent Fabius, que fue primer ministro de Francia en los 80 y ahora es titular de Exteriores, referida al Frente Nacional. En su última visita a España, un hombre inteligente como Michael Ignatieff expresaba la misma idea de esta forma:

Los populistas, de derechas o de izquierdas, ofrecen soluciones falsas a problemas reales.

Si se trata de una frase brillante, adelante con los faroles. Si quiere decirse que el populismo crece a la sombra de las grandes incertidumbres provocadas por la Gran Recesión, no hay mucho que objetar, aunque es pura obviedad. No lo es, en cambio, la noción de que los populistas hacen las preguntas correctas, pues significaría que aciertan en lo fundamental. Las preguntas adecuadas no surgen de visiones equivocadas de los problemas. Los populistas no darían soluciones falsas si su apreciación de los problemas fuera acorde con la realidad. Si bien lo característico de este populismo de la crisis, y la clave de su auge, no son las preguntas sino las respuestas. Lo suyo no son las dudas, intrínsecas a la pregunta, sino las certezas que es capaz de dispensar.

Vayamos al caso práctico y nuestro. El populismo más exitoso que tenemos en España es el que se plasma en el movimiento secesionista catalán. La independencia se ofrece como la solución, ¡y definitiva!, a todos los problemas imaginables. Cualquier malestar, cualquier descontento se canalizan contra un culpable, que no es otro que España, y a través de una salida, la ruptura con ella. Y es precisamente en eso, en señalar a un culpable, en lo que el populismo resulta excelente. Porque el suyo no es un culpable abstracto, no es un conjunto de factores diversos, no es una situación compleja; es un culpable fácil de visualizar, un culpable como de encargo, un malo de tebeo.

El otro brazo de nuestro populismo emergente, que es más difuso y variado, descuella en idéntica operación. Se distingue por haber encontrado al culpable de todo. Llámese casta, en la versión más popular, o élites extractivas, en la versión más sofisticada, la idea central es que la clase política se apropió y sangró al país hasta dejarlo exangüe. Descubierto el culpable, descubierta la solución. Pero lo interesante de ambos casos populistas es que señalan, de uno u otro modo, a un enemigo exterior: exterior a Cataluña o ajeno al común de la sociedad. Y esto siempre resulta muy satisfactorio. Cuando el culpable es otro, quedo eximido de responsabilidad.

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