Ante las críticas por sumarse al Aberri Eguna, la secretaria general de Podemos Euskadi, Nagua Alba, explicó que su partido no se unió a la fiesta nacionalista por "un frío cálculo electoral", sino por "compromiso". Y yo la creo a pies juntillas, al tiempo que me parecen muy optimistas quienes piensan que Podemos adopta partes del discurso nacionalista radical con el único fin de pescar votos en esos caladeros. Optimistas, sí, porque si se tratara sólo de cálculo esas posiciones políticas podrían cambiar en el instante en que dejaran de ser rentables.
La proximidad de Podemos a posiciones nacionalistas tiene más de convicción que de puro y duro oportunismo: lo raro sería que un partido nacido de un grupo afincado en la extrema izquierda permaneciera ajeno a la impregnación nacionalista. Ese contagio lo han sufrido, con mayor o menor intensidad, todos los partidos de la izquierda española, incluido el PSOE, y particularmente el PSC. Y es un influjo que tuvo gran fuerza en los años setenta, en las postrimerías de la dictadura y en los primeros años de la Transición, que es la época que proporciona a Podemos, mitificación mediante, gran parte de su imaginario. Un imaginario en el que hay un lugar reservado para el relato nacionalista de una España construida artificialmente a través del dominio y la opresión de las naciones naturales preexistentes.
No lo expondrán así los de Podemos, no ahora y no en público, pero es un elemento implícito sin el que resultaría difícil explicar su respaldo, en grado de exigencia, a la demanda separatista de referéndums de autodeterminación que se enmascara con la apariencia democrática del derecho a decidir. Pero en el País Vasco el partido Podemos ha asumido algo más. Ha aceptado la narrativa del "conflicto vasco", como expresaba la propia Alba en una entrevista a raíz del Aberri Eguna. "El conflicto vasco", dijo, "no se ha terminado de superar". Parecería, de tan manida, una fórmula inocente. Pero ¿de qué hablan cuando hablan del "conflicto vasco"?
En su libro recién publicado, La voluntad del gudari. Génesis y metástasis de la violencia de ETA, el historiador Gaizka Fernández rastrea los mitos que han alimentado el terrorismo etarra, y uno de ellos, uno primordial, es el del conflicto vasco. "El secular conflicto es uno de los tropos que más veces ha sido utilizado por ETA y la izquierda abertzale como pretexto del terrorismo", dice Gaizka Fernández. Para la banda terrorista y sus apéndices, el conflicto vasco es "una contienda étnica en la que los invasores españoles y los invadidos vascos llevarían enzarzados desde hace centurias". Una contienda, huelga decir, que sólo "ha existido sobre el papel": sobre el papel en el que se han reescrito episodios históricos para que encajara el guión bélico.
El entorno intelectual de ETA, prosigue el historiador, se ha dedicado a "legitimar el terrorismo, para lo que se ha valido de la construcción, el perfeccionamiento y la difusión del relato del conflicto vasco. Sin tal marco narrativo, las acciones de los etarras hubieran sido incomprensibles incluso para los propios militantes". Y aunque el relato del conflicto ha perdido su función primigenia tras el fin de los atentados de ETA, el nacionalismo radical "no sólo no ha renunciando a su particular guerra imaginaria, sino que está apuntalando sus mitos". Ahora le sirven para aglutinar el movimiento, para deslegitimar la Transición y la democracia, para presentar a los victimarios como víctimas o para reclamar soluciones dialogadas. Como dice Gaizka Fernández, esos mitos constituyen los cimientos intelectuales del terrorismo etarra y son "mitos que matan": han matado y pueden volver a matar. Uno de ellos, el primero de ellos, es el mito del conflicto vasco, que Podemos Euskadi abraza. No por mero cálculo, insisto, sino por algo peor: se lo creen.